Publicación exclusiva sobre la hipótesis de las paleovisitas extraterrestres
CONTCTO
 
POR QUÉ LOS EXTRATERRESTRES SE NOS PARECEN
La pregunta sobre por qué los seres extraterrestres habrían de pensar y actuar de manera semejante al hombre está mal formulada  

ERICH VON DANIKEN
ERICH VON DÄNIKEN
Suiza
www.daniken.com

 

 

En ocasiones parece que todos los enemigos de la Teoría del Antiguo Astronauta se hubieran unido cual conjuradores para ponerse de acuerdo sobre un argumento básico irrefutable: “Los extraterrestres nunca fueron semejantes a los humanos.

Esta objeción se me ha hecho una y otra vez en discusiones públicas, en innumerables cartas, e incluso aparece en publicaciones científicas.

Como fuente de dichas argumentaciones se recurre siempre, en el ámbito de habla germana, al nombre de Hoimar von Ditfurth. Los polacos citan a Stanislav Lem, y los norteamericanos se remiten a Carl Sagan. Pero el argumento es en todos los casos el mismo:

 

a)  La vida en la Tierra es una casualidad única. Los átomos forman moléculas y   macromoléculas. En una infinita carrera de fenómenos casuales, y de interacciones físicas, surgió de esta forma el ADN y, finalmente, la célula.

 

b)  La célula, como la unidad viva más pequeña, es la base de la evolución biológica. Todo lo demás es mutación y selección.

 

c)  Puesto que este proceso sólo ha podido tener lugar en nuestro planeta – ya que sólo aquí existen condiciones “terrenales” - , las formas de vida extraterrestres tienen que tener una constitución completamente diferente a causa de su estructura molecular básica.

 

d)  Resulta totalmente absurda la suposición de que la vida extraterrestre pueda pensar y actuar de manera semejante a la humana.



Esta doctrina de Ditfurth no es en realidad moderna, sino más bien anticuada. Es cierto que muchos científicos – incluso el premio Nobel alemán Manfred Eigen – afirman que la vida surgió por azar, pero al mismo tiempo la élite científica es plenamente consciente de que esa afirmación es imposible. Porque resulta que el “azar” nada tiene que ver con la ciencia exacta. Así, el mismo Manfred Eigen (en su libro “El juego”) relativiza la cadena de casualidades con lo milagro:

La fracción de estructuras proteicas que puede haber sido creada en el conjunto de la historia de nuestro planeta es efectivamente tan minúscula, que la existencia de moléculas de enzimas eficientes linda en lo milagroso.

Y el mundialmente famoso astrónomo británico Sir Bernard Novell atestigua en su libro “In the Centre of Immensities”:

La probabilidad de tal acontecimiento casual conducente a la formación de la molécula proteica más elemental es inimaginablemente reducida. Bajo las condiciones liminares del tiempo y del espacio, resulta efectivamente igual a cero.

Contrariamente a la errónea creencia, tan difundida hoy en día y ya alimentada en las escuelas, de que la vida puede ser obtenida en el laboratorio, afirmo rotundamente que ningún experimento jamás realizado en todo el planeta ha sido capaz de crear vida. Se han realizado cientos de miles de experimentos en laboratorio, y a diario se intentan de nuevo. En los llamados experimentos de Miller (nombrados así por el bioquímico Stanley Miller), han podido obtenerse complicadas combinaciones químicas de todo tipo, pero jamás VIDA. En contra de la creación de vida por medio de cadenas de azar y efectos físicos recíprocos, existen dos leyes inquebrantables:

  1. La ley de efectos de masa (no admite la creación de enzimas en el llamado “caldo original”).

  2. Las leyes de la entropía (dado que en el caldo original los procesos químicos son reversibles, según tales leyes debería producirse más “desorden” que “orden”).

Los científicos conocen tales dificultades. Pero se consuelan con la fe – totalmente injustificable – de que en una evolución de miles de millones de años también resulta posible lo imposible. Es como si se metieran cien minúsculos componentes de un reloj de pulsera en una coctelera y luego se procediera a agitarla durante unos miles de millones de años. ¡Jamás el azar logrará obtener de allí un reloj de pulsera!



¿Dónde nos crearon?

En los últimos tiempos algunos cerebros inteligentes buscan alguna salida a esta situación. Así, por ejemplo, en junio de 1980 se celebró en la Universidad Hebrea de Jerusalén un simposio sobre el tema “¿Vino Adán del espacio exterior?”. Y en noviembre de 1980 una reunión de científicos celebrada en la Universidad de Maryland se ocupó de la misma pregunta. En ambas reuniones, los científicos llegaron a la conclusión mayoritaria de que la vida no nació en nuestro planeta.

Pero si la vida no se creó aquí, ¿dónde entonces? ¿Y cómo quedó trasplantada en la Tierra?

Resulta inútil discutir sobre el dónde: en algún lugar del Universo. En cuanto a la segunda pregunta, existen teorías muy interesantes. En una conferencia pronunciada en Londres, el astrofísico británico Sir Fred Hoyle subrayó que ni la inteligencia ni la vida aparecieron en la Tierra.

Según Hoyle, el ser humano constituye la reaparición de una temprana forma de vida inteligente, que se habría descompuesto en una especie de conjunto por elementos, cuyas partes integrantes habrían quedado distribuidas por todo el espacio del Universo. Dicho juego de componentes habría contenido la totalidad de los elementos biológicos básicos que constituyen la vida tal y como nosotros la conocemos. Cuando este conjunto biológico o molecular llegó a la Tierra, se ensambló de una forma exactamente predeterminada, de manera semejante a como de la semilla de un fruto sólo puede nacer un determinado fruto. El programa final ya está codificado en el juego de componentes.

El premio Nobel Francis Crick, descubridor de la doble hélice del ADN, propugnó en un artículo titulado “Semillas de las estrellas” la opinión de que las naves espaciales resultaban demasiado lentas para colonizar una galaxia:

¿No sería entonces mejor enviar organismos capaces de sobrevivir este largísimo viaje, fácilmente transportables, y que pudieran germinar en un protoocéano? Para tal función, lo más adecuado serían bacterias, pues al ser tan diminutas, podrían ser enviadas en grandes cantidades. Su supervivencia es casi ilimitada incluso a temperaturas muy bajas, y hay una gran posibilidad de que se multiplicaran rápidamente en el “caldo” de un protoocéano. Quizá no sea casualidad que los organismos fósiles más antiguos que hemos descubierto hasta el momento correspondan exactamente a este tipo de vida.

¿Qué tiene que ver todo esto con la pregunta de si los extraterrestres son semejantes a los humanos?

Alguna forma de vida inteligente fue la primera en crearse en el Universo. Y dicha forma de vida envió “bombas de vida” con millones de gérmenes de vida en todas direcciones de la propia galaxia. Muchas de tales “bombas” no alcanzaron ningún objetivo o meta, avanzan de eternidad en eternidad por el espacio o se queman bajo el sol. Otras alcanzan algún planeta apropiado en el que según el principio de la evolución tienen que desarrollarse seres “a su imagen y semejanza”. Todo ello continúa desarrollándose según el principio de la bola de nieve. Infinitamente, imparable.

Dado que tales gérmenes de vida tan sólo pueden germinar en un planeta que disponga de unas premisas parecidas a las que imperan en el planeta de procedencia de la inteligencia originaria, la nueva forma de vida se desarrolla según la vieja ley. Es como si la semilla de un árbol europeo fuera trasladada a Australia. La semilla estaría en tierra extraña, en un continente alejado. A pesar de ello, la semilla dará paso a un árbol igual, con las mismas ramificaciones, las mismas hojas y los mismos frutos que el árbol del cual procede la semilla. Si el entorno australiano fuera inadecuado para dicha semilla, ésta no llegaría a germinar. Es decir: la semilla o bien muere o bien se desarrolla según el programa codificado.

De igual manera ocurriría con las “bombas de vida” y los “gérmenes de vida”. Aquellos gérmenes que llegan a un planeta inadecuado, no idóneo, por ejemplo Júpiter, mueren, no tienen posibilidades de desarrollo. Otros, que llegan a un planeta adecuado, se desarrollan según el mismo programa.

Algunos teóricos, como Hoimar von Ditfurth, olvidan simplemente que el origen de la vida no puede buscarse en nuestro planeta; somos “esquejes” de otro sistema. Puesto que el origen es el mismo, el resultado será semejante.

Esta moderna forma de ver las cosas no excluye naturalmente que en el Universo pululen extrañas formas de vida, que no podamos imaginarnos ni con la más audaz fantasía. Sin embargo, los gérmenes de vida de tales seres no habrían germinado en nuestro planeta, no habrían sido capaces de desarrollarse.



Somos como ellos

¿Y por qué – dirá el crítico – los seres extraterrestres habrían de pensar y actuar de forma parecida a nosotros? En algún momento hace miles de años, alguna tripulación extraterrestre aterrizó en nuestro planeta. De los homínidos ya existentes por entonces, tomaron un ejemplar del que extrajeron una célula, la alteraron genéticamente, y la dejaron desarrollarse en un caldo de cultivo hasta la creación de un huevo. Dicho huevo fue implantado artificialmente en un ejemplar hembra de la misma especie, y esta hembra parió una cría. Como es natural, dicha cría poseía lógicamente todos los caracteres de la especie homínida original, sólo que gracias a la mutación genética artificial adquirió algo adicional que no poseían los padres: inteligencia. Dado que la manipulación genética había sido ejecutada “a imagen y semejanza” de la inteligencia extraterrestre, nos desarrollamos de forma parecida a los seres extraterrestres.

La pregunta: ¿Por qué los extraterrestres piensan de forma parecida como nosotros? está mal formulada. Los extraterrestres no piensan a semejanza de nosotros; somos nosotros quienes pensamos a semejanza de ellos. Al fin y al cabo somos un producto de ellos.

El modelo aquí desarrollado no contradice ni a la Teoría de la Evolución ni a la religión. En los Estados Unidos tiene lugar actualmente una lucha entre “evolucionistas” y “fundamentalistas”. Pero este enfrentamiento no conducirá a nada. Ambos bandos creen estar en posesión plena de la verdad. De hecho, tanto unos como otros sólo poseen media verdad. Si incluyeran el elemento extraterrestre en sus consideraciones, habrían solucionado de golpe todos los enigmas pendientes. El del origen de la vida y de la adquisición de inteligencia, así como el de la tradición religiosa, según la cual “Dios” creó al hombre “a imagen y semejanza” suya.
 

 

EL AUTOR es escritor. Pionero en la investigación de la hipótesis del antiguo astronauta, ha publicado hasta el presente 27 libros, entre ellos el best seller mundial Chariots of the Gods? (Recuerdos del Futuro).

 
© Erich von Däniken – Derechos reservados.
Traducido y reproducido con permiso expreso del autor.

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