Tras el reinado
de Menes, legendario fundador de Memphis, las dos siguientes
dinastías (la II y la III) continúan su obra. Egipto se
reafirma entonces como un país sólido en constante
crecimiento. La nación pasa a contar con una capital y con
una administración y la institución real se fortalece.
Cuando Zóser llega al poder, se inicia el Antiguo Imperio,
allá por el siglo XXVII a.C. Zóser (Djoser) significa en
lengua egipcia “el prestigioso, el admirable, el sagrado”.
Manetón le llama Tosorthos y precisa que con él se inicia la
III Dinastía. Durante este periodo se le nombra con el
patronímico de Neterierjet (que significa más divino que el
cuerpo de los dioses).
Se sabe que Zóser
reinó en un país unificado dual formado por el Alto y el
Bajo Egipto. Debió ser un rey autoritario pero justo, tanto
que se le rindió homenaje y dejó fama de hombre sabio y
competente. Escribió libros didácticos para indicar a los
futuros faraones la actitud justa a seguir ante dioses y
hombres. Parece ser que durante su reinado se enfrentó a un
grave periodo de hambre, según explica una estela de la
época de los ptolomeos. Es la Estela de Famine o “Del
Hambre”, descubierta en 1889 por Charles Wilbour al sur de
la isla de Sehel, en la región de Elefantina, en Aswan
(Assuán). La estela cuenta cómo una profunda tristeza
afligía a Zóser. Una sequía de siete años impedía que el
Nilo se desbordara y las tierras permanecían secas. El rey
comprendió que Jnum debía estar enfadado, por lo que ordenó
que se realizasen purificaciones, procesiones en su honor,
ofrendas de pan, cerveza y animales. Fue entonces cuando se
produjo el sueño que narra la estela. El dios Jnum se le
apareció para decirle que si seguía rindiéndole homenaje la
inundación bianual se produciría de nuevo. Cuando despertó
del sueño, el faraón redactó un decreto a favor de Jnum, le
hizo una ofrenda que comprendía la región entre Aswan y
Tacompso (el Dodecasceno, según los griegos), y el milagro
se produjo. Volvió la abundancia y cesó la hambruna.
El
enigmático Imhotep
Imhotep era hijo
de Kanefer, quien ostentaba el título de jefe de las obras
del país del sur Y del norte, es decir, maestro de obras del
reino con talleres en Menphis. “lmhotep” significa, en
antiguo egipcio, “el que llega en paz”, y no sólo
pasó a la historia como el gran arquitecto que construyó el
complejo de Zóser en Saqqara, sino también por ser mago,
médico, astrólogo, escritor y filósofo. Poseía además altos
cargos administrativos en la corte de su rey, Zóser. Sus
títulos aparecen en una solemne inscripción sobre el zócalo
de una estatua de Zóser: “Canciller del rey en el Bajo
Egipto, Primero después del Rey, Administrador del Gran
Palacio, Noble Heredero, Gran Sacerdote de Heliópolis,
Carpintero, Escultor y Fabricante de vasijas de piedra”.
Otros documentos le atribuyen cargos como “Jefe de la
justicia, Superintendente de los archivos reales, Vigilante
de lo que aportan el cielo y la tierra del Nilo, Vigilante
de todo el país, Jefe de los magos, y Portador de las
fórmulas que hacen eficaces los ritos”.
Por ser sumo
sacerdote de Heliópolis, “Ur mau”, que se traduce como “el
que ve al grande” o “el mayor de los videntes”,
su obra arquitectónica no sólo tuvo finalidad estética. Tras
su muerte fue honrado durante mucho tiempo como patrono de
los escribas y escritores, quienes - al empezar a dibujar
jeroglíficos - vertían unas gotas de agua en honor de la
memoria de su ilustre antepasado, Imhotep.
En tiempos de la
Dinastía XXVI se confeccionaron estatuillas de bronce con su
figura, sentado, con un rollo de papiro sobre las rodillas,
la cabeza rapada y vestido con traje largo. Los faraones
instauraron un cuerpo especial de sacerdotes, pues le tenían
como un hijo del dios Ptah, patrono de los artesanos, y de
la diosa Sekmet. Con ello llegó a tener la más alta
consideración, la concedida a un verdadero hijo de dios, y
fue venerado hasta el final de la cultura faraónica.
En tiempos de la
dominación de Darío el Persa, los egipcios honraron la
memoria del Imhotep arquitecto y le atribuyeron el diseño
del plano del inmenso templo de Edfú, en el Alto Egipto.
Son numerosos los
templos y santuarios en su honor. Destacan los de Karnac,
Deir el Bahari, Deir el Medinah y Philae. Durante las
últimas dinastías egipcias, bajo la influencia helénica, los
griegos identificaron a Imhotep con su propio dios de la
medicina (Asclepios, conocido también con el nombre de
Esculapio). Los santuarios de Imhotep fueron considerados
como un Asclepeion, un sanatorio donde no faltaron las
curaciones milagrosas. La gloria de Imhotep no acabó con el
fin de la cultura faraónica, pues su nombre puede leerse en
todos los escritos herméticos y en los tratados de las
llamadas ciencias ocultas. Él, el gran mago, fue el
precursor de los alquimistas. Zósimo de Panópolis, el primer
alquimista egipcio reconocido documentalmente, redactó un
libro dedicado a Imhotep.
El
complejo monumental del enigmático Zóser
El emplazamiento
de Saqqara fue dado a conocer en Occidente en 1821 por un
general prusiano, Von Minutoli. El ingeniero S. Perring
empezó las exploraciones en 1837. El arqueólogo alemán
Richard Lepsius realizó una primera exploración sistemática
entre 1842 y 1843, y el francés Augusto Mariette descubrió
el Serapeum en 1851. El conjunto de Zóser empezó a
despejarse de arena en las campañas de 1924 hasta 1927,
llevadas a cabo por Cecil M. Firth. El arqueólogo francés
Jean-Philippe Lauer empezó a trabajar en Saqqara en 1926,
labor que prosigue en nuestros días.
El recinto ocupa
15 hectáreas. La muralla que lo rodeaba medía más de 1.500
metros de longitud y 11 metros de altura, con una única
entrada al este. A través de ella se penetra hoy en el
espacio cubierto de columnas más antiguo que se conoce en
toda la Tierra. Mide 54 metros de largo y está bordeado por
40 columnas. De allí se sale a la gran explanada del lado
sur de la pirámide. En el ángulo sudoeste hay una pared
rematada con un friso de cobras (“uraei”, que tenían la
misión de alejar las fuerzas nocivas).
El patio del Heb-Sed
ocupa la zona este del recinto. Allí se efectuaba una
ceremonia muy especial. Como Osiris había reinado durante 30
días en Egipto, los faraones creyeron que reinar más de 30
años ofendería a los dioses y se sometían a un ritual de
rejuvenecimiento: el rey moría y volvía a nacer de nuevo,
con energías renovadas ante un nuevo reinado. Las
representaciones muestran al faraón corriendo, saltando,
luchando, con claras muestras de juventud y virilidad para
demostrar al pueblo que era aún apto para seguir reinando.
El patio de la fiesta del Heb-Sed de Saqqara es el mejor
conservado de los que se conocen. Al norte de la pirámide se
encuentra su entrada original, que se interna bajo la
pirámide hacia las profundidades. En esta explanada se
adivina el templo anexo. A un lado se encuentra el
denominado Sirdab, una cámara que contiene una estatua de
Zóser. En la actualidad, un molde reemplaza al original, que
se conserva en el museo de El Cairo. Los ojos de cristal de
roca, que estaban engarzados en alvéolos de cobre, han
desaparecido.
La
pirámide escalonada
La pirámide
escalonada domina todo el conjunto desde su centro. Fue la
primera que se construyó y, probablemente, la única pirámide
escalonada que se concluyó. Es absolutamente maciza,
colocada justo encima de los pasadizos y cámaras excavados
en el suelo. Su núcleo fue una mastaba con una base casi
cuadrada (62 m de lado) por encima de un pozo principal del
que surgen corredores hacia diversas cámaras.
Cuando el
arqueólogo Jean Philippe Lauer, a 28 metros de profundidad,
perturbó por primera vez el silencio de esos lugares,
descubrió una verdadera ciudad-laberinto de complicada
distribución, formada por la tumba del rey, sus
dependencias, la tumba de las reinas y de los niños reales,
galerías, pasillos y habitaciones de diversos tamaños. En
unas cámaras se encontraron dos sarcófagos de alabastro, uno
de los cuales contenía los restos mortales de un niño. Otras
cámaras se encontraron repletas de vasijas de piedra. Se
cuentan, al menos, 40.000 de alabastro, pizarra, diorita,
dolerita, granito... Varias tenían grabado el nombre de
faraones de la l y II dinastías y de otros personajes
importantes. Una vasija destaca especialmente, pues ofrece
una de las claves del conjunto: servía de soporte a un texto
que desea a Zóser “un millón de fiestas del Sed” (que
su reinado se renueve eternamente).
La momia de Zóser
no se halló en el descubrimiento, aunque sí pudo rescatarse
uno de sus pies. Las estelas describían al rey efectuando
actos rituales, corriendo, mostrando su potente musculatura,
con el flagellum (distintivo de gobierno) en una mano y el
mekes (estuche que contenía el “testamento" por el que los
dioses legan al faraón la tierra de Egipto) en la otra.
Posteriormente, buscando el mismo propósito, algunos reyes
se contentaron con esculpir algunos bajorrelieves de la
famosa fiesta. En Saqqara la fiesta del Heb Sed cobró su
plena significación. Para la arqueología no existe la menor
duda de que el recinto piramidal de Zóser fue un monumento
funerario. La pirámide se realizó a partir de las clásicas
mastabas, a las que añadieron encima otras de menor tamaño
hasta conseguir una forma piramidal, con seis mastabas
superpuestas. Para ello, el proyecto inicial se fue
modificando, ampliando la base de la primera mastaba varias
veces hasta conseguir el resultado final. Las galerías
interiores de la pirámide también parecen haber surgido al
albedrío de impulsos aislados, sin aparente conexión con una
idea original preestablecida.
De Zóser, de
Imhotep y del complejo de Saqqara se ha escrito mucho -
siempre lo mismo-, fruto de las conjeturas de varios
“padres” de la egiptología que, en base a débiles
argumentos, han dibujado a su medida unos acontecimientos
históricos más cercanos a la novela que a la arqueología.
Porque en Egipto resulta una constante que los
descubrimientos avalen las teorías, cuando debiera ser justo
lo contrario: que las teorías surjan de los descubrimientos.
Por ejemplo, griegos y romanos coincidieron en llamar tumbas
a las pirámides y tal idea ha prevalecido pese a que jamás
se haya encontrado resto alguno de los faraones en ninguno
de estos monumentos. Siempre surge el caso de Zóser frente a
esta polémica, pues se afirma que el descubridor de la
“tumba”, lean Philippe Lauer, encontró uno de sus pies.
Pues bien, en una
entrevista personal, el propio Lauer me manifestó que la
cosa alargada y negra que catalogó como un pie ni sabía lo
que era ni sabía de quién era, aunque en su libro
Saqqarah, une vie, afirma que “el pie de Zóser y las
momias de la V y la VI dinastías que se han podido encontrar
en Giza y en Saqqara corresponden a falsas momias”.
Debemos admitir, por tanto, que el enterramiento era ritual
y no físico.
Se cree que la
ausencia de cadáveres de faraones en las pirámides se debe a
que los violadores de tumbas las saquearon todas. Falso. Los
arqueólogos han logrado llegar al interior de varias
pirámides que conservaban los sellos intactos, como la
pirámide de Sekhemkhet, descubierta por Zakaria Goneim en
1956. El presidente egipcio Nasser acudió el día en que se
iba a retirar la tapa del sarcófago. Quedó tan desconcertado
como todos los presentes: ¡el sarcófago estaba vacío!
Terapias
reales de rejuvenecimiento
Según los últimos
descubrimientos, lejos de ser tumbas, las pirámides bien
podrían representar la vida. El faraón demostraba así a su
pueblo que era todavía joven para seguir gobernando. Pero
esta interpretación que suele aplicarse a la fiesta del Heb-Sed,
o del jubileo, o del rejuvenecimiento, no sólo no convence
sino que puede ser rebatida con argumentos mucho más
sólidos. Hay que preguntarse por qué un faraón, de la
estirpe directa de los dioses, poder religioso, militar,
económico y jurídico, debía demostrar a nadie que podía
seguir gobernando, y menos en un recinto que se ocultaba
tras una tapia de 11 metros de altura. Pero los documentos
que se tienen de esta fiesta, analizados de otra forma, nos
indican que las ceremonias duraban meses, el faraón se
introducía en su totalidad en un sarcófago relleno de un
líquido por espacio de tres días, que mediante la
administración de ciertas drogas volvía a respirar
rejuvenecido y que todo o este ritual físico iba acompañado
de profundos estados de conciencia o de meditación.
Análisis
realizados en laboratorio han demostrado que el tiempo que
tarda en producirse cualquier decantación o precipitación
coloidal (separación en un líquido de sus dos componentes:
en la leche sería la nata y el agua) se multiplica hasta
diez veces si el experimento se realiza en el interior de un
objeto de forma piramidal. Si la medicina afirma que gran
parte del envejecimiento se produce por la precipitación de
los coloides de la sangre sobre venas y arterias, dentro de
una forma piramidal retardaríamos nuestro envejecimiento, lo
que nos sitúa a un paso de las técnicas para el
rejuvenecimiento usadas en el Antiguo Egipto. Éste es un
paso que aún no hemos logrado dar, pero que verificaría las
ceremonias del Heb-Sed y el significado tanto de los
supuestos sarcófagos como de la propia pirámide.
Y también
entenderíamos el enigmático título de Imhotep de ]efe de
los Magos, portador de las fórmulas que hacen eficaces
los ritos.
Desarrollo científico
El dios Esculapio
fue la encarnación de Imhotep en la Grecia antigua, e
incluso adoptó su emblema: una serpiente enroscada sobre un
bastón, que se convirtió con el paso del tiempo en el
símbolo de la medicina occidental. Curiosamente, la
representación de la molécula de ADN (ácido intracelular de
los seres vivos que contiene el código genético) corresponde
exactamente con esa espiral que ya ostentaba Imhotep como
tarjeta de visita.
Otro de los
titulos de Imhotep era El que ve al grande o El
mayor de los videntes. Y resulta chocante que este
título también tenga un significado especial. Ya hemos visto
la historia de la hambruna narrada en la Estela de Famine;
pero ésta cuenta muchas otras cosas, como que el faraón
Zóser tuvo un sueño en el que el dios Jnum se aparece a
Imhotep y le da, ni más ni menos, la fórmula para hacer
piedras ablandadas con las que construir templos y
pirámides. Pues bien, el doctor Joseph Davidovits,
catedrático y director del Instituto de Ciencias Aplicadas
de la Universidad de Barry (Florida), profesor de la
Universidad de Toronto y colaborador del Instituto
Geopolimérico de París, ha logrado -mediante la fotografía
microscópica- descubrir pelos, trozos de uñas y fibras
textiles en el interior de bloques de piedra procedentes de
la Gran Pirámide, que supuestamente provenían del Eoceno, en
la Era Secundaria. Ha conseguido además reblandecer rocas
calizas aunque, por el desconocimiento de la traducción
exacta de parte de los jeroglíficos, no ha conseguido aún
que volvieran a su estado de dureza inicial. Cabe
preguntarse qué otros conocimientos se manejaron en aquella
época. Hemos considerado la biología, la medicina, la
geología y ahora, por qué no, la aeronáutica. Pero...
vayamos por partes.
Tecnologías del futuro
Existe un lugar
enigmático por naturaleza al que llaman el Serapeum, palabra
griega que se refiere al lugar de culto del buey Apis. Es un
lugar sobrecogedor. En pleno desierto libio, en el mismo
lugar donde se encuentra Saqqara, un corredor conduce al
visitante hasta una gran bóveda subterránea desde donde
nacen dos galerías. La principal recorre cerca de 200
metros, en la más absoluta oscuridad. El sonido de los pasos
rasga un ambiente de hechizo y la ilusión que se tiene es
que se ha entrado a otro mundo. Similares debieron ser las
impresiones del arqueólogo Mariette, padre de la
egiptología, cuando hizo este hallazgo en 1851. Y claro,
sarcófagos de 60 toneladas sólo podían corresponder a....
¡bueyes!
Tal presunción
suya ha prosperado, pese a que en ninguno de los 24
sarcófagos que encontró hubiera restos de tales animales.
Fue descorriendo una por una las tapas que los cerraban,
cada una de 15 toneladas de peso, que incluso estaban
adheridas con pegamento; pero su interior estaba vacío. Allí
quedan las muestras de tan infructuosa búsqueda, e incluso
de los restos de uno de los sarcófagos, el que más trabajo
costó abrir sólo mostró su interior después de suministrarle
una buena dosis de ¡dinamita! Cuenta Mariette que tras la
explosión, el polvo se introdujo hacia el interior del
sarcófago: ¿es éste un indicio de que el sarcófago fue
cerrado al vacío?
De los 24
sarcófagos sólo tres tienen algún tipo de escritura. Una
mano temblorosa, lejos de la perfección que ofreció la
industria egipcia, garabateó con un punzón un texto en uno
de los tanques. Todo el conjunto se ha datado como realizado
en la época de los ptolomeos. Otro asunto archivado. Pero la
arqueología, tan disociada en Egipto de la técnica, ha
impuesto su discutible criterio sobre cómo se edificaron las
pirámides, cómo se transporta un bloque de 2.000 toneladas o
cómo se taladra la diorita, pero no se ha fijado en la firma
que dejaron en la piedra los verdaderos constructores del
Serapeum. Cada uno de los sarcófagos presenta unas muescas
realizadas, indiscutiblemente, con máquinas; están situadas
en lugares estratégicos en cada uno de ellos para cumplir
una misión insospechada.
En cualquier
taller de rectificados de motor emplean la misma técnica.
Toda cosa que ruede alrededor de un eje necesita un
equilibrio. En el caso de las ruedas de los coches se añade
un trozo de plomo donde tiene la carencia y con ello se
soluciona el problema. Pero en el caso de los cigüeñales o
de las bielas, en lugar de incrementar peso en la parte más
liviana lo que se hace es una perforación en la parte más
pesada, rebajándose el peso y equilibrando el conjunto,
exactamente igual que en los sarcófagos del Serapeum.
Increíble. No podemos imaginarnos a los tanques de 75
toneladas girando, aunque sí vibrando, porque en los coches
estas perforaciones también se pueden hacer en el bloque del
motor para evitar precisamente, la vibración inoportuna.
Se ha hablado
mucho de la energía piramidal. Numerosos estudios indican,
aún sin lograr comprenderla, que tal fuerza se produce.
Cualquier técnico en electricidad nos diría que él jamás ha
creado una fuente de energía sin preocuparse de cómo
conservarla y administrarla convenientemente. Es posible que
en el Serapeum se almacenara la energía piramidal y desde
allí se canalizase con una técnica y propósitos
desconocidos.
La
hipótesis extraordinaria
Los que hemos
tenido la ocasión de visitar el interior de la pirámide de
Zóser hemos vivido la experiencia sobrecogedora de asomarnos
al enorme pozo central. La primera impresión es que la
pirámide escalonada se hizo encima de uno de los misteriosos
pozos que cruzan Egipto, idea enfrentada a la oficialista,
que indica que la construcción del monumento se realizó
junto a las perforaciones. Indudablemente, el pozo era muy
anterior a la pirámide. Arquitectónicamente hablando es una
aberración construir un pozo de 9xl2 metros de sección y 28
de profundidad, y hacer gravitar luego sobre él toda una
superestructura de bloques de piedra. El andamiaje de madera
que soporta la bóveda hace inestable el monumento, con
graves problemas de resistencia. Existen en Saqqara otros 2
pozos de este calibre perfectamente visibles. Uno de ellos
se encuentra dentro del propio recinto de Zóser, situado en
su lado sur. El otro se encuentra fuera, cerca de la
pirámide de Unas. Y debe haber muchos más escondidos en el
desierto.
En la meseta de
Giza, el Pozo de Campbell mantiene las mismas medidas: en
100 metros cuadrados de meseta se han excavado 30 metros de
profundidad. La bibliografía sobre estos gigantescos pozos
es prácticamente nula y lo poco que se puede encontrar sólo
logra confundirnos. La fecha de su construcción varía, según
cada texto, desde las primeras dinastías hasta el periodo
ptolemaico y la identidad de los constructores es un
auténtico misterio. ¿Y qué decir de su tamaño? porque para
bajar un sarcófago no hace falta hacer pozos tan grandes.
Encontré una desafortunada respuesta en otro libro de la
Biblioteca del Museo de El Cairo: “En muchas de las
tumbas saqqarianas del periodo de la Dinastía XXVI se
construyó una cámara sepulcral bajo un pozo ancho y profundo
que, posteriormente, se rellenaba de arena. Remover esa
enorme cantidad de material inestable suponía a los
saqueadores de tumbas dificultades técnicas mucho mayores
que el romper o sortear la piedra de los periodos anteriores”.
El que escribió esto no se ha planteado lo que cuesta picar,
sacar y transportar 3.000 metros cúbicos de roca para luego
acarrear 3.000 metros cúbicos de arena y rellenar el
agujero.
Un
laberinto bajo tierra
La explicación
arqueológica del pozo situado en el recinto de Zóser es que
si el pozo de la pirámide corresponde a la tumba norte
correspondiente al Bajo Egipto, el otro corresponde a la
tumba del Alto Egipto. Efectivamente, todos los faraones del
Imperio Antiguo se hicieron construir dos tumbas, una en la
zona de Memphis y otra en la de Abydos, correspondientes al
norte y al sur.
En el caso de
Zóser se ha encontrado su tumba en Abydos, con su nombre
perfectamente escrito, lo que anula la suposición de este
pozo como simbólica tumba del sur. La idea de que los pozos
existían antes de la construcción del complejo de Zóser
viene también avalada por la existencia de todo el laberinto
de galerías y cámaras que parten desde el pozo de la
pirámide. En primer lugar, el maestro de obras de Zóser se
equivocó en sus cálculos. Inició en la explanada del norte,
fuera de la pirámide, un canal descendente para alcanzar la
base del pozo, pero desembocó a media altura. Desde dicho
canal tuvo que hacer otro, con mayor inclinación, para
llegar a la base. Todos los corredores no están al mismo
nivel y, al ser excavados, algunos dieron con otros ya
construidos, cruzándose entre sí.
El arqueólogo
Lauer pudo llegar hasta algunas cámaras perforando varias
paredes, ya que su acceso natural era desde el exterior, a
32 metros de altura, por la boca de otros pozos que quedaron
tapados al construir la pirámide. Por tanto, los 40.000
objetos encontrados por Lauer no correspondían todos a Zóser,
pues no pudo tener acceso a ellos. Se dice que el faraón
honró a sus antecesores poniendo sus nombres en vasos,
platos y jarras de piedra, cuando lo cierto es que fueron
sus predecesores quienes dejaron sus ofrendas,
confundiéndose todas tras el desplome de varias galerías y
los trabajos de Lauer.
Los
dioses que despegaron
Si Zóser
construyó el patio del Heb-Sed, el recinto, las casas del
norte y del sur y la pirámide, algo debía existir allí que
hizo que reyes anteriores celebraran sus rituales. Y no se
me ocurre otra cosa que los pozos, que ya existían con
anterioridad a Imhotep.
Pero el asunto se
aclara, o se enreda, según se mire, cuando buceamos en la
religión de aquellos antiguos egipcios. En un jeroglífico
sobre grafito de la XVIII Dinastía podemos leer: “El
amanuense Ahmose, hijo de Yeptah, llegó a ver el templo de
Zóser. Le pareció que el cielo estaba dentro, alzándose en
él Ra”. Bien es cierto que muchos arqueólogos han
querido ver en la pirámide escalonada una escalera que sube
al cielo, pero también es posible que la figura no sea tan
literaria y que guarde entrelíneas algo más concreto.
El sirdab (o
serdab) es el lugar destinado en las tumbas para el doble
del faraón. En todas las tumbas y pirámides de Egipto tiene
la misma forma: una silueta de puerta donde se expone la
figura del difunto, todos ellos similares menos el que
encontramos en Saqqara, único en su naturaleza y, quién
sabe, en su significado. Es una cápsula hermética, con dos
ventanucos a derecha e izquierda y en su interior la estatua
de Zóser. Todo está igual que hace 5.000 años, menos los
ojos de la estatua, que le fueron arrancados, seguramente
por ser piedras preciosas. Lo increíble es que esta cápsula
no está posicionada verticalmente, sino con una inclinación
de 16 grados, los mismos que tendría la pendiente virtual de
la pirámide escalonada. ¿Casualidad?
Saqqara debe su
nombre al dios Sokar, un dios de oscuro origen, patrón de
los herreros, siendo el encargado de fabricar los huesos, el
armazón, del rey. Él guardaba la puerta del Mundo
Subterráneo, (pozo), y habitaba en una gruta secreta,
denominada Imhet o “La Puerta de los Caminos”,
situada en lo más profundo de este mundo (subsuelo). Sokar
tiene como reino las arenas del desierto, que representan un
área del Más Allá.
La barca del dios
solar que navega por el río subterráneo al llegar a este
punto tendrá que transformarse en serpiente para poder
seguir avanzando. Sokar lleva por ello el epíteto de “El
que está sobre su Areno en lo quinto horo de lo Duot, El
Selior de la Misión Misterioso, El Gran Dios con los Alas
Abiertos”, relacionado con su función y su cueva del Más
Allá.
¿Depósitos de misiles?
Su iconografía es
la de un hombre con cabeza de halcón. En los textos más
antiguos, Sokar parece haber sido un gavilán que más tarde
es sustituido por un halcón, para asemejarle a Horus. Uno de
los símbolos más representativos del dios es una barca
extraña y arcaica, llamada Henu, guardada por genios, que
contenía la imagen momiforme del dios. Dicha barca tenía una
gran cabina abovedada y numerosos remos. Las figuras de este
dios solían presentarse sobre una base en la que se guardaba
un papiro que recogía fragmentos del libro de los Muertos.
En Saqqara y, por supuesto, en todo Egipto, encontramos una
gran cantidad de enigmas sin respuesta: un dios del
subsuelo, Sokar, El Selior de lo Misión Misterioso, con una
barca que tiene una cabina abovedada y cuya representación
era un ser volador, el gavilán, anterior al propio Horus; un
sacerdote, Imhotep El mayor de los Videntes,
Portador de los fórmulas que hacen posibles los ritos,
con revelaciones divinas sorprendentes y poseedor de muchas
cartas que “caen” del cielo; un patio del Heb-Sed que fue
testigo de curaciones milagrosas; unos pozos de origen
desconocido que nos hacen recordar las instalaciones
subterráneas de lanzamiento de misiles intercontinentales
del siglo XX; un serdab con forma de cápsula, único en
Egipto; el Serapeum, sarcófagos de los que no sabemos ni su
origen ni su finalidad, colocados en batería; una pirámide,
la primera de Egipto, en la que “el cielo estaba dentro y
desde donde Ra se alzaba”; rastros de contactos con los
dioses en las azoteas de los templos, en papiros y en El
Libro de los Muertos, que describe un viaje extraterrestre
hacia “los orígenes” y, sobre todo, representaciones de una
extraña barca solar alada, que no era el Sol, y una técnica
anacrónica y desconcertante no superada por la tecnología de
la era espacial... Por supuesto, tenemos mucha
imaginación, pero con menos datos se han escrito muchas
historias de Egipto, incluso las oficiales.
Algún día - o tal
vez nunca- sabremos lo que realmente ocurrió en el Antiguo
Egipto; o lo que hicieron aquéllos a quienes los egipcios
recordaban y adoraban. Los textos de las pirámides empiezan
con esta fórmula: “Oh rey, tú no te has ido muerto, te
has ido vivo”. Quizás aquí esté la respuesta a tanta
tumba vacía.
EL
AUTOR es
documentalista, investigador y escritor. Ha publicado varios
artículos en revistas especializadas y es autor del libro
El Secreto de la Gran Pirámide
© Manuel Delgado – Todos los derechos reservados
Publicado con autorización expresa del autor.
Prohibida su reproducción sin permiso del autor.
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