Publicación exclusiva sobre la hipótesis de las paleovisitas extraterrestres
CONTCTO
 

FAWCETT….EL ÚLTIMO EXPLORADOR

La desaparición de la expedición

liderada por Percy Fawcett en el

Amazonas en el año 1925 nunca

fue aclarada, y constituye todavía

un enigma.

CARLOS FERGUSON

CARLOS FERGUSON

Argentina

www.carlosferguson.com.ar

 

 

“Una voz tan insistente como la conciencia, creaba matices infinitos

en el sempiterno murmullo de la noche y del día, que repetían:

hay algo oculto, ve y descúbrelo, anda y explora detrás de las montañas,

hay algo perdido tras ellas, está perdido y te espera, ve en su búsqueda” 

(Rudyard Kipling – “The Explorer”)

 

Pocos saben que la hasta ahora leyenda de los gigantes y las extrañas construcciones gigantescas llevaron al explorador Percy Harrison Fawcett a una de las más apasionantes aventuras y exploraciones del siglo 20.

 

Percy Harrison Fawcett nació en 1867 y como él mismo expresara: “Quizá haya sido mejor que mi infancia en Torquay se haya deslizado sin afecto materno y paterno, aunque esa circunstancia de huérfano me hizo más circunspecto. Hubo también años escolares en Newton Abbot que en nada alteraron mi visión del mundo. Vinieron después los años de cadete en Woolwich y en 1880, a los diecinueve, fui destinado a la Artillería Real, en la guarnición de Tricomalee en Ceylán”.

 

Más tarde Fawcett regresa a Inglaterra y luego a Falmouth, cuando en enero de 1901 se casó. Pero él mismo advirtió que ni la vida de casado había desterrado su sentimiento de “Lobo solitario”.

 

Así recorrió África del Norte, Malta (donde aprendió topografía), Oriente y el regreso a Ceylán donde en 1903 nacería su hijo mayor.

 

Su intenso trajinar lo llevó a Irlanda y en 1906 surgió el ofrecimiento de delimitar las fronteras de Bolivia. Allí, su destino queda ligado a Sudamérica y ese mismo encantamiento lo llevaría a las desconocidas selvas donde finalmente desaparecería en 1925.

 

Ese “encanto irresistible” lo atrajo desde un primer momento cuando delimitaba Bolivia, en un continente donde sólo Argentina poseía los límites ya fijados.

 

En 1906 partió hacia Nueva York, Panamá, Guayaquil, Perú, Bolivia y Brasil.

 

En 1908 se embarcó de Buenos Aires, pasando por Rosario hasta Asunción del Paraguay.

 

En todos estos países y ciudades Fawcett vive intensas experiencias, en especial entre la frontera de Bolivia y Brasil, que más tarde (un año antes de su desaparición), publica en un libro.

 

Los peligros y aventuras se jalonaron en su vida y él demostraba valor y temeridad.

Siguiendo con el itinerario, en 1910 regresa a Inglaterra para buscar acompañantes para una próxima expedición.

 

 Regresó a la “atrapante Sudamérica” en 1911 y en 1915 fue incorporado al ejército para la Primera Guerra Mundial.

 

En su interior terminó convencido que Gran Bretaña como potencia mundial, estaba en decadencia – según sus propias palabras – y veía a Europa como un lugar que era preferible evitar.

 

Así llevó a su familia a Jamaica, y él se embarcó a Río, llegando en febrero de 1920.

Finalmente vendría su última expedición antes de la fatídica de 1925.

 

Veamos algunos de los pensamientos y aventuras que Fawcett vivió en todo ese recorrido como también las causas que lo llevaron a adentrarse en zonas inexploradas del Matto Grosso.

 

 

El documento

 

Sin duda el fenómeno que impactó a Fawcett es el documento que él mismo vio en Brasil sobre el extraño relato del explorador Francisco Raposo:

 

“Yo mismo di con ese documento – dice Fawcett – que aún se encuentra en Río. La historia comienza en 1743 cuando un nativo de Mina Gerais cuyo nombre nos e ha conservado, decidió buscar unas minas perdidas de Muribeca. Francisco Raposo (tengo que identificarlo con algún nombre – dice Fawcett); partió con sus intrépidos compañeros, 18 colosos, quizá éste fue el secreto de su supervivencia. Debe tenerse en cuenta que hay relatos de Bandeiras (entradas punitivas de soldados a la selva) de hasta 1.400 hombres, de los cuales ninguno regresó”. (Fin de la cita)

 

 

La ciudad perdida

 

El grupo de Raposo vagabundeó durante 10 años y no encontraban la forma de volver a la civilización.

 

Continúa Fawcett: “Más allá de los pantanos aparecieron montañas dentadas. Al escalarlas observaron unas llanuras y más allá la selva virgen. La exploración de los indios del grupo los llevó a contemplar una ciudad completamente solitaria. Sin embargo el grupo de Raposo no encendió fogatas y esa noche nadie durmió.

 

Muy temprano, Raposo envió una vanguardia de 4 indios y avanzó hacia la ciudad con el resto de sus hombres. Llegaron a una enorme estructura ciclópea de 3 arcos y enormes losas, similar a las de Sacsaihuaman, en el Perú.

 

En lo alto del arco central se veían inscripciones gastadas desconocidas y Raposo tuvo que hacer un esfuerzo para guardar orden a sus hombres. Avanzaron por una calle rodeada de edificios de dos pisos, con bloques de piedra sin juntura ni mezcla, de una perfección increíble.

 

Atemorizados como un rebaño de ovejas temerosas, llegaron calle abajo hasta una gran plaza. En el centro se alzaba una columna colosal, de piedra negra, y sobre ella la efigie de un Hombre con una mano descansando en la cadera y la otra apuntando hacia el Norte.

 

Los portugueses quedaron impresionados por la magnificencia de la estatua y se persignaron en silencio. Obeliscos esculpidos a las esquinas de los cuatro lados de la plaza se hallaban parcialmente deteriorados.

 

En uno de esos costados se alzaba un magnífico edificio que era posiblemente un palacio. La figura de un adolescente se hallaba esculpida a la entrada principal con caracteres e inscripciones parecidos a los de la Antigua Grecia.

 

Más allá de la calle y de la plaza, la ciudad se hallaba en completa ruina, hundida en algunos lugares.

 

No era difícil presentir el terrible terremoto que asoló a esta magnífica ciudad. Las grietas se abrían aquí y allá.

 

Más allá parecieron encontrar una especie de monasterio con quince aposentos que se comunicaban con un vestíbulo central. Uno de los hombres encontró una moneada de oro. En una de las caras mostraba una efigie de un joven arrodillado y en la otra un arco, una corona y un instrumento desconocido.

 

Raposo no tenía idea de dónde se encontraba, pero siguió 50 millas más abajo. Entretanto una partida expedicionaria fue enviada a investigar río abajo y después de nueve días percibieron una canoa impulsada por “dos hombres blancos”, con pelo negro y vestidos con una especie de tela.

 

Por fin Raposo y sus hombres se dirigieron al Oriente y después de algunos meses de larga travesía, llegaron al banco de Sao Francisco, de allí a Paraguassu, y por fin a Bahía. Desde allí envió el documento al virrey don Luis Peregrino de Carvalho Menezes de Athaide. Nada hizo el virrey y no se supo nunca más nada de Francisco Raposo”.

 

“Sé que la ciudad perdida de Raposo no es la única en su género” – decía Fawcett. “Un eminente brasileño, hombre de letras, escribe que los autóctonos de América vivían – en edades remotas – en un estado de civilización superior que por una causa desconocida degeneró y tendió a desaparecer, pero Brasil aún posee esos vestigios”.

 

Fawcett era un convencido total de la existencia de las ciudades, sus afirmaciones respecto a otras ruinas y las posibilidades de su existencia, son aventuradas, pero basadas en su tenaz búsqueda y en algunos indicios que él mismo poseía.

 

 

La extraña estatuilla

 

Fawcett poseía una imagen de cerca de 10 pulgadas de alto, que le fue entregada por Sir H. Rider Haggard (autor del libro “El Mundo Perdido”), encontrada en Brasil. Representaba una figura con una placa en el pecho y gran número de caracteres en el mismo.

 

La estatuilla de Rider Haggard con extrañas

inscripciones, dibujada por Brian Fawcett.

 

 

“Creo firmemente – decía Fawcett – que procede de la ciudad perdida”.

 

“Cuando alguien la sostiene en sus manos es como si una corriente eléctrica le subiera a uno por los brazos. Sólo se me ocurrió un secreto para descubrir que había tras la imagen” – menciona Fawcett.

 

“Gracias a la Psicometría (aunque esto puede provocar mucha burla por parte de mucha gente, hay otra que está libre de prejuicios y puede aceptar lo que digo).

 

Admito que la ciencia de la Psicometría está aun en su infancia aunque se ha desarrollado ampliamente en Oriente. De todas maneras voy a contar los hechos.

 

Yo era absolutamente desconocido para el psicómetro que sostuvo la figura en la mano y que en completa oscuridad escribió:

 

“Veo un continente grande de forma irregular, desde el norte de África a Sudamérica… la vegetación es prolífica. Veo ciudades y signos que revelan una avanzada civilización. Me parece que me transportan al lado Occidental del país. Procesiones de seres que parecen sacerdotes entran y salen de los templos y un alto jefe usa una placa en el pecho semejante a la que tengo en mis manos. Sobre el altar veo la invocación de un gran ojo por parte de los sacerdotes. La numerosa población de las ciudades occidentales es dueña absoluta del mundo. Oigo una voz que dice = Contemplen el destino de los presuntuosos, entonces veo volcanes en violenta erupción, el mar se levanta como un huracán, la mayoría de los habitantes han sido aniquilados. El sacerdote a quien se le dio esta efigie huye hacia las colinas. La vos dice = la sentencia de Atlanta será el destino de todos los que pretendan alcanzar el poder divino. No puedo obtener fecha exacta de la catástrofe, pero fue muy anterior al esplendor de Egipto y ya ha sido olvidada excepto en los mitos”.

 

Otros psicómetros – acotaba Fawcett – concordaron estrechamente con lo que acabo de trasmitir. En todo caso, cualquiera sea su historia yo la miro como la posible llave que descubre el secreto de la ciudad perdida. La conexión de Atlanta con actuales regiones del Brasil, no debe ser mirada despreciativamente.”

 

 

Las grandes construcciones y los indios blancos

 

Por uno u otro medio, la inquietud del explorador aguijoneaba su espíritu en busca de la verdad. Así señalaba:

 

“Tiahuanacu fue construida como Sacsaihuamán y gran parte del Cuzco, por una raza que manipulaba rocas ciclópeas y que las esculpía para ajustar tan perfectamente, que es imposible introducir la hoja de un cuchillo entre las junturas. Contemplando estas ruinas no es difícil creer en la tradición que relata que fueron levantadas por gigantes…”. (Fin de la cita)

 

En 1907 Fawcett recibió la confesión de un administrador de una dependencia de colectores de caucho, de origen francés, que le dijo:

 

“Mi hermano subió por el Tahuamanu en lancha y un día oyó decir que estaban cerca los indios blancos. De improviso, él y sus hombres fueron atacados por salvajes, completamente blancos, apuestos, de pelo rojo y ojos azules, y que luchaban como demonios. Mi hermano logró matar uno de ellos pero los restantes cargaron el cuerpo y se lo llevaron. La gente dice que no existen tales indios, que son mestizos, pero quienes los han visto piensan de manera muy diferente”...

 

Pocos días después, Fawcett llegó a la confluencia del Rapirrar, en la barraca de un indio llamado Tumurasa, llamado “Medina”, quien poseía una hija que Fawcett describió como “una de las indias más hermosas que haya visto en mi vida”. Era alta, de rasgos delicados y cabellos rubios y sedosos.

 

En cada exploración por esos años, Fawcett seguía acumulando información.

 

A principios de 1913 se hallaba en Antofagasta cuando su imaginación fue excitada por seis misteriosas figuras de metal que un indio había traído para la venta. Eran de seis pulgadas de alto y recordaban “al Antiguo Egipto”.

 

 

Tribu salvaje ataca a Fawcett

 

Pero una de sus más peligrosas aventuras ocurrió ese mismo año. Veamos el relato del protagonista:

 

“En cuanto llegó de La Paz mi antiguo amigo Manley, partimos hacia la frontera brasileña. Atravesamos la región de los indios Yanaiguas, que a veces atacan a los viajeros, pero no nos topamos con ninguno. En las selvas bajas, más allá de San Ignacio, caminamos seis días seguidos a través de bañados de lodo y agua. Pasamos la estancia “San Diego” y luego la selva San Matías – Villa Bella. Después de bogar 11 días por el río Meuquens, nos encontramos con el Barón Erland Nordenskiold, quien en compañía de su valerosa esposa, investigaba las tribus del Guaporé. A doce millas hacia el este había unas colinas que el Barón consideraba imprudente visitar: “Es seguro que allí hay tribus salvajes – observó – todos hablan de caníbales grandes y velludos”. Me reí y afirmé: “Lo sabremos, porque vamos hacia allá. Cargados con pesados bultos dejamos el río Meuquens y días después arribamos a unas llanuras pastosas, las primeras colinas de “Serra de Roncador”. Posteriormente entramos a una selva y tres semanas después llegamos a un camino ancho que denotaba mucho tránsito. Salvajes – dije – y nos encaminamos por el camino nuevo. Después de varias plantaciones llegamos a un claro, había dos cabañas en forma de colmena. Mientras observábamos salió un niño de color cobrizo, con una nuez en la mano y un hacha de piedra en la otra. Se sentó de cuclillas y empezó a martillar la cáscara. Se había corrido para mi el velo del tiempo, para revelar un aspecto del lejano pasado, una ojeada a la prehistoria. La nuez se partió, el niño lanzó un gruñido de satisfacción y se echó la semilla en la boca”.

 

Ante esta observación, Fawcett silbó y advirtió un gran alboroto en la tribu, e instantes después fue rodeado por los hombres con arcos y flechas apuntándoles. Por medio de señas, Fawcett logró convencer al jefe para entablar amistad y eso se pudo concretar. Se trataba de los Maxubis. El explorador opinaba al respecto:

 

“Creo que este pueblo, al igual que muchos otros de Brasil, descienden de una civilización más avanzada. En una de sus aldeas había un hombre pelirrojo de ojos azules que no era albino. Adoran al sol y uno o dos hombres tienen la obligación de saludar todos los amaneceres al sol con voces musicales. Era la música de un pueblo desarrollado, no de salvajes. Tenían nombres para todos los planetas y llamaban a las estrellas Vira Vira, curiosamente sugestivo con el Viracocha de los Incas. En todo sentido indicaban un estado de retroceso de estado superior, más que la evolución al salvajismo.”

 

Fawcett compartió momentos con los Maxubis, pero fue advertido  por éstos que si seguía viaje, había caníbales hacia el norte (los Maricoxis).

 

Los exploradores continuaron viaje y advirtieron pronto por el ruido de cuernos y el barullo, que eran perseguidos por salvajes, quizá los Maricoxis. Se refugiaron en una especie de tacuara, desde donde podían oir los gritos de los salvajes. Al amanecer, éstos se habían alejado, pero al continuar viaje, Fawcett y sus hombres advirtieron una especie de garita de centinela.

 

Entonces nos cuenta Fawcett:

 

“Repentinamente llegamos a selva abierta, veíamos una aldea de guaridas primitivas donde se agazapaban unos salvajes de aspecto más ruin que he visto jamás. Brutos, con aspecto de orangutanes, parecían haber evolucionado poco de las bestias. Silbé y un enorme ser peludo como un perro saltó, puso una flecha en su arco y se nos acercó bailando de una pierna a otra hasta llegar a cuatro yardas.

 

Emitía sonidos que sonaban como “Iuf” “Iuf” “Iuf”, y de repente la selva se lleno de esos hombres gruñendo todos y colocando las flechas en sus arcos. Estábamos en una situación delicada y yo pensé que éste sería nuestro fin. Hice proposiciones amistosas en idioma Maxubi pero ellos no prestaron atención. El jefe alzó y apuntó a mi pecho, miré de frente a sus ojos y supe que no iba a disparar. Bajó su arco y nuevamente comenzó a danzar. Por segunda vez levantó el arco y apuntó otra vez, supe que no iba a disparar. Continuó sus movimientos hasta que alzó su arco y apuntó, esta vez sí supe que iba a disparar, entonces saqué mi “Mauser”. Disparé al suelo y el hombre con expresión de terror se escondió detrás de un árbol. Entonces comenzaron a volar flechas, disparamos unos pocos tiros y nos retiramos. No nos siguieron, pero continuó el clamoreo largo rato.”

 

 

Relatos y misterios de la selva

 

En otra expedición más adelante, en 1920, Fawcett llegó al rancho del coronel Hermeregildo Galvao. Allí le contaron que un jefe indio de la tribu Nafaqua, cuyo territorio quedaba entre los ríos Xingú y Tabatinga; aseguraba conocer la ciudad que vivían los indios que habitaban en “casas alumbradas por estrellas que nunca se apagan”.

 

Sobre esto, Fawcett apuntó:

 

“Esta fue la primera pero no la última vez que oí hablar de las luces permanentes, encontradas por antiguas casas por esa civilización olvidada. Este medio descubierto por los antiguos açun no ha sido redescubierto por los científicos hoy en día”

 

La estancia “Morro Da Gloria” fue un nuevo lugar donde Fawcett oyó hablar sobre la Ciudad Perdida. Se hablaba de un mestizo del río Peixe, que se perdió en las selvas de Serra Geral; al este. Subió una colina y vio al llegar a la planicie, una gran ciudad con entrada en forma de arco. La diferencia con la historia de Raposo es que, en este caso, el mestizo vio habitantes en la ciudad.

 

Fawcett tenía una interpretación histórica de todo esto, que sintetizó de la siguiente manera:

 

“La tradición mexicana nos cuenta que en el pasado llegó desde Oriente un pueblo Tolteca, que se transformó en grande y próspera nación, a quien se les atribuye las construcciones ciclópeas que precedieron a los Aztecas. Eran los “Olmecas” y los “Xicalancas”, quienes pretendían ser una raza muy antigua y se jactaban de haber destruido al último de los gigantes. Quetzalcóatl también venía de Oriente, y una rama de esa gente ocupó una isla al sur. Todos estos pueblos toltecas eran de rasgos finos, ojos azules, color cobrizo, pelo corto castaño rojizo (Véase la obra de Short = “North Americans of Antiquity), y acostumbraban a usar túnicas sueltas. Entre los Maxubis he visto miembros de esta tribu con ojos azules y pelo rojizo. Para los salvajes, los Toltecas eran pueblos avanzadísimos. Luego vino un gran cataclismo en la tradición de estos pueblos, la civilización Tolteca quedó en ruinas. Tiahuanacu debe haber sido una vez una ciudad sobre una isla. En épocas de la conquista – continúa describiendo Fawcett – los nativos atribuían a la reconstrucción de Tiahuanacu a hombres blancos barbudos que vinieron mucho antes del imperio Inca. En esa época ocurrieron las migraciones por el norte y la Polinesia. (Por el cataclismo…) muy pocos pudieron escapar al norte. Crónicas que datan del tiempo de la conquista se refieren a la apariencia de estos pueblos, de raza hermosa, que preservaban la tradición de descender de la raza blanca. Los “Molopaques” descubiertos en Mina Gerais en el siglo XVII eran de tez clara y barbudos, y también los “Mariquitas”, cuyas mujeres luchaban como las Amazonas. No es improbable que éstas sean las tan nombradas y legendarias amazonas. Y también, en la época del gran cataclismo; la isla brasileña estaba habitada por trogloditas negroides de los cuales podemos hallar restos de ellos aún hoy en el interior, los cuales son temidos por su ferocidad. Los Incas heredaron fortalezas de una raza anterior y oí decir que ellos unían las piedras por medio de un líquido que suavizaba las superficies hasta que tenían la consistencia de arcilla.

 

No dudo un momento de la existencia de las ciudades. ¿Cómo podría dudarlo? Yo mismo he visto parte de una de ellas y lo que allí observé ha hecho imperativo mi regreso. Los restos parecen ser los puestos de avanzada de una ciudad grande. Estoy convencido que podré descubrirlas. Infortunadamente no pude convencer a los científicos a aceptar esto, he viajado y una y otra vez los indígenas me han hablado de estas cosas que hay más allá. Un hecho es cierto. Entre el mundo exterior y los secretos de la antigua Sudamérica, ha descendido un velo, y el explorador que ansíe descorrerlo, deberá estar preparado para sostener peligros que pondrán a prueba su resistencia a un límite increíble. Es probable que no pase pero si lo logra, estará en situación de aumentar nuestro conocimiento histórico.”

 

 

La última expedición

 

El desvelo de años por redescubrir la Ciudad Perdida, fue afianzando la idea de una expedición definitoria al Matto Grosso. Durante años Fawcett soñó con ella. El punto de encuentro con ese viaje iba a ser 1925.

 

Brian Fawcett (el hijo que quedó en Inglaterra), describió ese momento:

 

“En 1924 parecía que los fondos de la expedición nunca llegarían, desengaños seguían a desengaños. Lo vi por última vez en marzo del 24 cuando el tren de Liverpool partió de la estación St. David, en Exeter, y su alta figura se perdió a través de la ventanilla del coche”.

 

La expedición final tendría tres integrantes: Percy Fawcett (un gigante de seis pies y tres pulgadas que ejercitaba y hacía el culto del vigor físico), y un amigo de éste, llamado Raleigh Rimell (hijo de un Doctor de Seaton). Brian Fawcett describió a Rimell como un “payaso innato, compañero perfecto del grave Jack y entre ambos nació una amistad íntima que los condujo a la aventura de 1925.

 

Percy Fawcett pudo – por fin – reunir el dinero para financiar la expedición, despertando el interés de varias sociedades científicas, y también por la venta de los derechos de sus relatos a la “North American Newspaper Alliance”.

 

En el tiempo que Percy y su hijo Brian no se verían, continuó la comunicación epistolar entre ambos. Así en enero de 1925 escribía Percy Fawcett:

 

“Desapareceremos de la civilización hasta el próximo año, sitúanos con tu imaginación a más de mil millas al Oriente de ti, en selvas jamás holladas por el Hombre. Nuestra ruta comenzará en el campamento de “Caballo Muerto (a 11· 43¨ Sur y 54· 35¨ occ). Visitaremos en nuestro camino la Torre de Piedra, que es el terror de los indios vecinos, pues de noche sale luz de sus puertas y ventanas. Nos adentraremos luego entre los ríos Xingú y el Araguaya y seguiremos el lecho del río hasta el norte a 10 grados latitud sur. Enseguida iremos a Santa María de Araguaya y desde allí cruzaremos el río Tocatins en Pedro Alfonso. Nuestro camino quedará entre la latitud 10· 30¨ y 11·, hasta el terreno alto, en los estados de Goyaz y Bahía, región totalmente desconocida habitada por salvajes. Allá espero encontrar vestigios de las ciudades y visitaremos la ciudad de 1753 (de Raposo) que queda aproximadamente a 11· 30¨ Sur y 42· 30¨ oeste”.

 

Respecto a esta ruta Brian sostuvo que la misma – según expertos – era imposible realizarla y dado que Fawcett jamás regresó, según él, tenían razón. La región donde Fawcett creía estaba la ciudad perdida o “Z” (como también se la denomina), fue sobrevolada por aviones muchas veces y nunca se pudo encontrar vestigio.

 

Por fin, los expedicionarios se alojaron en enero de 1925 en el Hotel Internacional de Río, el equipo fue probado y en febrero partieron hacia San Pablo.

 

Jack Fawcett escribía por entonces:

 

“Nuestro viaje fluvial hasta Cuyaba demorará 8 días. Dejaremos Cuyaba el 2 de abril y demoraremos 4 meses hasta llegar a “Z” y quizá la localicemos el día del cumpleaños de papá (31 de agosto).”

 

Percy Fawcett escribía el 14 de abril:

 

“Los tres nos sentimos bien, tenemos 2 perros bravos, Pastor y Chulim, dos caballos y ocho mulas. Un ranchero amigo me comentó que desde niño él y su familia, a seis días de camino de este lugar, escuchaban extraños sonidos que venían de las selvas del norte, los describe como siseos semejantes a los de los cohetes, o de grandes bombas elevándose al aire y luego cayendo a la selva. Otro hombre que vive en “Chapada” me cuenta que ha visto esqueletos de grandes animales y árboles petrificados, e incluso, construcciones prehistóricas. Veremos la famosa torre que los indios temen por la luz en puertas y ventanas y yo sospecho que se trata de la famosa luz que nunca se apaga. Poco tiempo atrás, un brasileño bien educado, y un oficial del ejército, ocupados en levantar topografía, supieron por los indios que había una ciudad al norte. Los indios se ofrecieron a llevarlos, siempre y cuando ellos pudieran protegerlos de los salvajes. La ciudad tenía muchos edificios de piedra, con muchas calles, un gran templo y parece ser “Z”, aunque su ubicación no concuerda con mis cálculos. Mi amigo el ranchero me contó que llevó a Cuyaba a un indio de una tribu remota y para impresionarlo lo llevó a recorrer las iglesias de este pueblo. El indio replicó: esto no es nada, cerca del sitio donde yo vivo, hay construcciones más grandes y elevadas que estas, con grandes puertas y ventanas y un gran pilar que sostiene un enorme cristal cuya luz ilumina y hace parpadear los ojos. “.

 

En los tiempos de estos escritos, ocurrió un hecho complicado en plena selva. Raleigh Rimell fue mordido gravemente por las garrapatas, herida que se complicó con el correr de los días.

 

Percy escribía en mayo 20….

 

“Jack soporta todo bien, pero Raleigh me tiene nervioso, no sé si podrá soportar la parte más difícil del viaje, porque tiene la pierna ulcerada e hinchada por las garrapatas. Enviaremos una carta desde el último puesto en donde regresen nuestros dos peones. Espero llegar en agosto al objetivo principal, en todo caso, nuestra suerte está en manos de los Dioses…”

 

Por fin, la última carta, fechada el 29 de mayo, que los 2 peones llevaron a la civilización, era más sintética. Allí se tomaron las últimas fotos de los 3 exploradores.

 

“Continuaremos con ocho animales Jack está en perfecto estado, pero siento ansiedad por Raleigh, no quiere regresar. Calculo que entraremos en contacto con los indios en 10 días, estamos en Caballo Muerto. No temas que fracasemos….”

 

Mayo de 1925, última foto tomada en Matto Grosso ("Caballo Muerto"), donde se

ve a la izquierda a Jack Fawcett -hijo de Fawcett- y a Raleigh Rimell, a la derecha

 

 

A partir de allí, el mismo velo de silencio que Fawcett citaba en muchos escritos, pareció descender. Como si la tierra los hubiese tragado. Y otras exploraciones siguieron el mismo destino.

 

Durante años, numerosos fueron los “encuentros con vestigios de Fawcett”. Se hablaba de relatos de los 3 hombres capturados por salvajes y retenidos de por vida, o bien masacrados.

 

Otros opinan que Raleigh murió a causa de la fiebre o la infección y Percy y Jack siguieron viaje, pero luego fueron muertos por los indios.

 

El hijo Brian, cree que esto pudo haber ocurrido, y que fueron muertos por los “Morcegos” (tribu temible).

 

Hay más de 100 expedicionarios desaparecidos a la búsqueda de Fawcett, en 13 expediciones posteriores.

 

Albert de Winton primero y Steffan Rattin, fueron los primeros exploradores que ansiosos por saber la verdad, se adentraron en la selva y jamás regresaron. 

 

Parece claro que los últimos en observar a los exploradores adentrándose en la selva, fueron miembros de la tribu Kalapalo, que habían advertido a los hombres que no se adentren en la selva, ya que había tribus feroces a pocos días.

 

Otra versión también habla que los mismos indios Kalapalos fueron los que dieron muerte a los 3 hombres. Al parecer, Fawcett llevaba regalos para confraternizar con tribus. Los Kalapalos advirtieron que los exploradores no les daban la totalidad de regalos y ello fue tomado como una ofensa.

 

Nada de esto pudo ser confirmado, ni siquiera con restos humanos que los Kalapalos tenían enterrados cerca de su aldea, ya que la altura no se correspondía con la de Fawcett.

 

Como lo hice en el V Forum Mundial de Ufología realizado en Foz Iguazú en diciembre de 2013 – y al que tuve el honor de asistir – en otra oportunidad realizaré un escrito destacando a un gran hombre, uno de esos hombres únicos que también se adentró por esas selvas, un humanista, el inolvidable Mariscal Rondón.

 

Última foto de Percy Fawcett, estrechando la mano del peón que

trajo de regreso las fotos y los últimos testimonios del explorador

 

 

Pero culminando con Fawcett, las palabras de sus últimos escritos son la sensación de seguridad tajante de su proyecto, pero también de lo inquietante de la misma en cuanto al éxito:

 

“Si no regresamos no deseo que se organicen partidas de salvamento. Si yo con mi experiencia fracaso, no queda esperanza del triunfo de otros. Ya sea que pasemos y volvamos a salir de la selva o dejemos nuestros huesos para podrirse en ella, una cosa es indudable: la respuesta al enigma de la antigua Sudamérica – y quizá del mundo prehistórico – será encontrado cuando se haya encontrado a las antiguas ciudades y queden abiertas a la investigación científica. Porque las ciudades existen, de eso estoy seguro…”

 

 

 

Nota del autor:

 a) Las citas han sido extractadas del propio escrito de Fawcett: “A través de la selva amazónica: exploración Fawcett” – editorial Zigzag (Chile), 1953

 b) Este trabajo – aquí revisado y ampliado - fue presentado en el “Primer Congreso Argentino de Astroarqueología”, realizado en Buenos Aires en agosto de 1984, organizado por César Reyes de Roa.

 

EL AUTOR posee estudios universitarios en Historia y Bibliotecología, es coordinador central de la Red Argentina de Ovnilogía (RAO) y se desempeña como investigador civil para la Comisión de Investigación de Fenómenos Aeroespaciales de la Fuerza Aérea Argentina. Desde 1976 ha publicado innumerables artículos y en 2012 su libro "Encuentros entre pilotos y OVNIs en Argentina".

 

© Carlos Ferguson, 1984/2014 – Todos los derechos reservados

Publicado con autorización expresa del autor

 

Prohibida su reproducción sin permiso del autor.