Arte y simbolismo
En su prestigiosa obra Antropología
filosófica, Ernst Cassirer sostiene que “el lenguaje
y el arte son subsumidos bajo un título común, la
categoría de imitación, y su función principal es
mimética; el lenguaje se origina en una imitación de
sonidos y el arte en una imitación de cosas exteriores.”
Así pues, comenzaremos preguntándonos cómo se relaciona esa
función mimética con, por ejemplo, el curioso símbolo
que en la escritura ideográfica de los hititas significa
“dios” o “divino”. Echémosle un vistazo:
De hecho, la primera impresión que uno
tiene es que el ideograma en cuestión guarda al menos cierta
similitud con un sencillo par de anteojos. Pero…
¿cómo podría?
¡Tonterías!, nos diría sin la menor duda
el escéptico, dispuesto a recordarnos de inmediato
que tal instrumento óptico no existía hace unos dos mil años
antes de Cristo, cuando el pueblo hitita comenzó a emigrar
hacia Mesopotamia. Agregando acto seguido
- ¡cómo no! - una aleccionadora diatriba
contra nuestra ignorancia sobre la verdadera identidad de
los dioses como meras idealizaciones de las fuerzas de la
Naturaleza, y ridiculizando finalmente todo el asunto con
alguna sesuda frase del tipo: ¡y para qué diantres iba a
necesitar un dios ese adminículo después de todo!
Puesto así, la crítica puede sonar desde
luego razonable. Sin embargo…
“Ídolos – ojo”
Resultará interesante recordar ahora que,
curiosamente, hacia el cuarto milenio a.C. el Próximo
Oriente estuvo atestado de incontables figurillas de
arcilla, como obleas, que representaban a deidades sumerias
no identificadas cuya principal - sino la única y muy
notable por cierto - característica eran sus enormes
ojos…con forma de anteojos:
De ahí que Zecharia Sitchin, en su libro
El 12vo. Planeta, escribiera con buen
criterio: “Indudablemente, no es una mera coincidencia
que los hititas, enlazados con Sumer y Acad vía la región de
Khabur, adoptaran como signo escrito representativo de los
“dioses” un símbolo claramente tomado de los “ojos” de las
figurillas.” Y así es, sobre todo si se tiene en cuenta
- cosa que Sitchin hizo por supuesto - el hallazgo en el
templo de Ishtar, en Ashur, de un relieve representado a
esta importante diosa con una especie de casco y llevando
también unos muy raros “anteojos”.
“Ojos” parecidos a éstos (“anteojos”) se
aprecian además en una conocida figura de bronce de Astarte,
una de las primeras “Diosas Madre” veneradas en Anatolia
(nombre antiguo del Asia Menor) y en áreas indoeuropeas e
indoiranias.
Ahora bien, ¿alcanza esto para suponer la
existencia de algún tipo de patrón que nos lleve a mirar
hacia el Cielo en busca de algún “astronauta divino”?
Veremos.
“Tessera hospitalis”
Es importante tomar en consideración que
al hablar del simbolismo en el arte no debemos olvidar que
el significado original del término “símbolo” es el
de”tablilla del recuerdo”. Dicha tablilla, originalmente
denominada tessera hospitalis (“testigo de la
hospitalidad”) era, luego de ser dividida en dos partes,
obsequiada al huésped por el anfitrión para que al cabo de
los años, y mediante la unión de ambas piezas, pudieran el
uno y el otro reconocerse mutuamente en su vieja amistad.
Así, según Hans-Georg Gadamer (Verdad y Método.
Fundamentos de una hermenéutica filosófica): “La
tessera hospitalis es un resto de una vida vivida en otro
tiempo, y atestigua con su existencia aquello a lo que se
refiere, es decir, deja que el pasado se vuelva presente y
se reconozca como válido.”
Con esto hemos de entender que un
símbolo, cualquiera, es de hecho el resultado de un acuerdo
previo entre los hombres que le otorgan un determinado
significado. Y, claro, es la aceptación común, generalizada,
de ese significado lo que le confiere la autoridad
representativa como para despertar reacciones y desde luego
establecer la correcta asociación histórica entre el
significante y el significado. Por ejemplo, todo el mundo
puede interpretar correctamente lo que en la actualidad
representa la estrella de David, la cruz o la svástica.
¿Pero ocurre lo mismo con las muchas y variadas expresiones
del arte primitivo?
Bien sabemos hoy que las manifestaciones
del arte rupestre (pinturas y grabados) al igual que buena
parte del arte mueble (esculturas y estatuillas) de las
sociedades más antiguas guardaban estrecha relación con un
sistema de creencias. ¿Pero sabemos a ciencia cierta cómo
era en realidad tal sistema de creencias? No, rotundamente.
Con suerte, apenas podemos hacer conjeturas. Y es por ello
que las discusiones entre eruditos van sumando más y más
hipótesis y teorías que pretenden, sin éxito, reconstruir
los pedazos de una suerte de gran tessera
hospitalis perdida entre la niebla del tiempo. Las
esculturas, estatuillas, grabados o pinturas de las primeras
culturas desaparecidas funcionaron durante milenios, en
cada caso, como una especie de sistema de comunicación
previamente acordado. Fueron, en rigor, signos
“codificados”. Pero ese código que nos permitiría tener hoy
una total, y real, comprensión de su significado se ha
perdido definitivamente junto con sus autores.
Las gafas del aviador…
Sin embargo, y por fortuna, quedan
todavía en el mundo algunas sociedades que atesoran en la
memoria colectiva el “espíritu vivo” de sus antepasados, lo
cual, entre muchas otras cosas, hace posible descubrir en su
más dramática (“vívida”) expresión el “realismo” del símbolo
en cuanto a lo que representa. Es decir, como bien señala
Patricia Carolina Montero Pachano (Cassirer y
Gadamer: El arte como símbolo), parafraseando a Gadamer,:
“… la obra de arte no es un mero portador de sentido y
no sólo remite a algo, sino que en ella está propiamente
aquello a lo que remite. Lo simbólico no sólo nos lleva al
significado, sino que lo hace estar presente,
representándolo.”
Y no cabe la
menor duda de que eso precisamente fue lo que le salvó el
pellejo al aventurero aviador alemán Hans Bertram cuando
tras un aterrizaje forzoso en Australia se encontró de
pronto rodeado por un grupo de fieros aborígenes que
blandían sus armas con las peores intenciones. Sentado en la
cabina del avión, a la sazón abierta por completo, Bertram
los seguía atentamente con la mirada a través de los
cristales de sus gafas de aviador, que aún llevaba puestas.
Daba por hecho que no saldría vivo de esa. Pero, para su
asombro, de un momento al otro las cosas dieron un vuelco
radical: al ver los aborígenes las gafas de aviador
del visitante notaron de inmediato su evidente semejanza
con los ojos de sus dioses (representados en las
antiquísimas pinturas rupestres), y por consiguiente
mudaron de actitud y trataron a Bertram como si él fuese en
realidad una de tales deidades…
Sumando “coincidencias” y “casualidades”
Siendo las coincidencias que se presentan
aquí de lo más llamativas, la pregunta obligada es muy
simple: ¿por qué?
La influencia de Sumer, a todos nos
consta, no ha sido para nada menor en la Historia, sino todo
lo contrario; y desde luego no debe ser subestimada en
absoluto. Pero tampoco podemos llevarla hasta el absurdo. Es
decir, ¿quién en su sano juicio vincularía de alguna manera
a los sumerios con los aborígenes australianos? En
consecuencia, ¿podrían tales coincidencias ser producto de
la mera casualidad? Es posible. Y sin embargo, es también al
mismo tiempo muy poco probable, ya que como veremos a
continuación, el raro símbolo de los ojos-anteojos
parece más bien una constante…
Separadas en el tiempo y en el espacio
por cientos o miles de años y/o kilómetros, culturas sin
nada en común, salvo la insistente mención de que sus
respectivos dioses llegaron del Cielo y caminaron por el
mundo dejando sus enseñanzas, parecen haberse puesto de
acuerdo para representar a sus deidades con enormes ojos…como
si llevaran “anteojos”. Y los ejemplos - apenas unos
pocos de los muchos que existen - son claros, a saber:
1)
Halladas en Tokomai, al norte de la
isla de Hondo, en Japón, las estatuillas dogu (cuyo significado es “casco germinado”) corresponden a
las primeras manifestaciones del arte japonés y son tal
vez de las más conocidas por nuestros lectores en razón
de su extraña “vestimenta”, con “trajes inflados” que
les confieren cierto aire “espacial”, pero sobre todo
por la insólita apariencia de sus ojos, al punto que
antropólogos y arqueólogos por igual no han dudado en
llamarlas “estatuillas de lentes”.
2) En la altiplanicie de Nazca, en Perú,
una figura de inconfundible aspecto humano mira al cielo
con ojos perfectamente circulares e idénticos a los que
se aprecian nítidamente remarcados en algunos de los
coloridos mantos tejidos por sus más próximos vecinos de
Paracas, que representan hombres voladores.
3) En la Isla de Pascua, encontraremos
también ojos “como lentes” en los petroglifos
relacionados con el culto al hombre pájaro y en las
representaciones de la máxima divinidad isleña Make-Make.
4) En Utah, EUA, las imponentes pinturas
rupestres de la región de Barrier Canyon (Horseshoe
Canyon y Thompson Wash), hechas por los indios Ute,
muestran “espíritus sagrados” con, antenas/cuernos
aparte, enormes “ojos como gafas”.
5) En Teotihuacán, México, se han
hallado murales y diversas manifestaciones del arte
mueble representando al poderoso dios Tláloc provisto de
anteojos, o bien “círculos sobre los ojos” como
los han llamado los arqueólogos, sin poder brindar una
acabada explicación de su razón de ser, dicho sea de
paso.
“Círculos sobre los ojos”
Permítaseme aquí hacer hincapié sobre
este particular. Porque, como veremos seguidamente, el caso
de los “anteojos” de Tláloc no tiene desperdicio…
En su magnífica obra El lenguaje de
las formas en Teotihuacán, la prestigiosa arqueóloga
Laurette Séjourné, una indiscutible autoridad mundial en lo
que respecta a esta apasionante cultura, se ocupa de estos
muy raros objetos en estos términos:
“Estas estatuillas llaman la atención
sobre un objeto cuya finalidad es de difícil
comprensión: los círculos que cubren los ojos de
ciertos personajes…El empleo de esos círculos es profuso
y la variedad de los adornos y emblemas que los acompañan
no facilitan su interpretación. La única certidumbre
permitida concierne al rango social al que parecen
reservados, ya que los portadores de esos curiosos lentes
presentan todos los signos del gran señor…Al impedir toda
explicación utilitaria lógica, los dos círculos sobre los
ojos deben ser considerados en relación al simbolismo.
Sabemos que constituyen uno de los atributos de Tláloc,
el dios de la lluvia de fuego…En un ensayo dedicado al
análisis de un jeroglífico teotihuacano, hemos sostenido con
el apoyo de un abundante material arqueológico que los dos
círculos constituyen los elementos esenciales de la
mariposa. Como este insecto es el símbolo de la llama,
los círculos debían de estar investidos del mismo valor
que el fuego, valor que concuerda con el carácter
ígneo de la lluvia de fuego de la que Tláloc es el
distribuidor…Se desprendería de aquí que los personajes
pintados o esculpidos miran a través de anillos de un fuego
del que Tláloc garantiza la naturaleza celeste.
Además, existe el hecho de que la principal figura que
comparte los círculos del dios de la lluvia de fuego es el
hombre-tigre-pájaro-serpiente, ese jeroglífico de la unión
de los contrarios, ilustración del Señor Quetzalcóatl
transformado en energía luminosa bajo la forma de estrella
matutina…” (en todos los
casos, el subrayado es mío).
Seguramente, para el lector familiarizado
con la hipótesis del antiguo astronauta la sonrisa
del gato de Cheshire brilla ahora con fuerza a
través de la espesa polvareda de la historia…
Más arriba nos preguntábamos si acaso
podíamos hablar de un patrón, algo que vincule a los
“dioses con anteojos” más allá de la mera casualidad. Y
al parecer, la respuesta es afirmativa. De hecho, si
repasamos por un momento los dichos de L. Séjourné
hallaremos que las coincidencias superan las probabilidades
del azar: círculos sobre los ojos y/o curiosos lentes (u
ojos como anteojos) de difícil comprensión, sin ninguna
explicación utilitaria lógica, que deben ser considerados en
relación al simbolismo de su carácter ígneo y /o naturaleza
celeste…Y esto es así en México, Australia, Sumer, Japón
o dondequiera…
Pero en Teotihuacán encontraremos algo
todavía más interesante. Séjourné interpreta que “los
personajes pintados o esculpidos miran a través de anillos
de un fuego del que Tláloc garantiza la naturaleza celeste”,
lo cual es sin duda un buen ejemplo de la honesta búsqueda
de una, de algún modo “poética”, explicación para aquello
que no tiene “explicación utilitaria lógica”. Sin
embargo, el hecho de que algunas – muchas, a decir verdad –
estatuillas lleven tales “adminículos” sobre la frente
nos hace evocar más bien (de nuevo) algo parecido a las
gafas de un aviador (que pueden quitarse o ponerse a
voluntad). Comparemos las imágenes y ahorrémonos mil
palabras:
¿Antiguos astronautas con anteojos?
Ahora bien, partiendo incluso de la
hipótesis del antiguo astronauta que sostiene la
posibilidad de que los “dioses” del hombre antiguo hayan
sido en realidad viajeros espaciales provenientes de una
civilización altamente avanzada, podría sonar en principio
poco convincente, y temerario, sugerir que alguno de ellos
pudiera haber utilizado por algún motivo gafas de aviador u
otras por el estilo. Después de todo, la imagen típica de un
astronauta que todos tenemos en mente nos ha llevado muchas
veces a hacer comparaciones con figuras “de escafandra”,
como por ejemplo la del Gran Dios Marciano de Tassili.
Aunque, bien mirado, ¿qué cosas son esos
extraños “óvalos” como ojos?
¡Astronautas con anteojos!
Como salidos de un relato futurista, de
esos que han construido el innegable mérito de la
ciencia-ficción al anticipar logros científicos y
tecnológicos que hoy son, y mañana también serán, realidad,
los “astronautas con anteojos” son ya un proyecto de
muy próxima concreción antes que una afiebrada
especulación de quienes defendemos la posibilidad de las
paleovisitas extraterrestres, como les gusta afirmar a
muchos científicos de pocas miras.
En efecto, la Nasa ya está desarrollando
la tecnología necesaria para incorporar al traje de
astronauta una computadora que les permitirá a nuestros
“viajeros espaciales” recibir textos, gráficos e incluso
videos. Sabemos que en la actualidad los astronautas reciben
sus instrucciones vía radio, pero la NASA ha considerado que
la mejor manera de potenciar al máximo el intercambio de
información es enviándola visualmente en el casco del
astronauta.
Steven Schwartz, del Instituto de
Tecnología de Massachussets (MIT) y jefe de este proyecto
conocido como WearSAT, explicó: "La meta de WearSAT es
proporcionar a los astronautas que están trabajando en un
caminata espacial, fuera de la Estación Espacial
Internacional, la información visual a través de un display,
una terminal de video inalámbrica y un sistema de
informática incorporado a la vestimenta.” Y agregó:
"Usando nueva tecnología, que está relacionada con un
microdisplay, pudimos instalar una pequeña matriz activa
de cristal líquido alrededor de un área donde
normalmente se llevan los anteojos."
De este modo, sirviéndose de una red
inalámbrica, los controladores de la estación espacial
podrán transmitir información compleja, como diagramas
técnicos y esquemáticos, directamente dentro del casco del
astronauta, en un pequeño dispositivo… ¡idéntico a un
sencillo par de anteojos! Veamos algunos prototipos:
¿Fue algo como esto lo que vieron
nuestros antepasados? ¿Imposible?
EL AUTOR
estudió abogacía en la
Universidad de Buenos Aires (Argentina). Es periodista
versado en ciencia y fue coordinador documental de la
revista Cuarta Dimensión, jefe de redacción de otras
publicaciones especializadas y actualmente es el editor de
antiguosastronautas.com. Desde 1980 ha publicado gran
número de artículos referidos a la hipótesis de las
paleovisitas extraterrestres.
©
César Reyes de Roa, 2006 – Todos los derechos reservados.
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