¿Cómo
reacciona una mente primitiva ante la manifestación de una
tecnología superior?
¿Es posible que la humanidad deba algunas
de sus actuales creencias religiosas y mitos y leyendas a
antiquísimas “confrontaciones culturales” con astronautas
extraterrestres acaecidas en el remoto pasado?
¿Contamos con verdaderas pautas de
comportamiento que nos permitan, por analogía, arribar a
conclusiones con un índice de probabilidad aceptable? En
otras palabras: ¿cómo juzgar la actitud de nuestros
antepasados frente al desusado comportamiento de visitantes
exóticos? ¿Son el temor y la curiosidad, y finalmente la
veneración, consecuencias lógicas propias de una mentalidad
primitiva apabullada por los logros tecnológicos de una
civilización superior?
Según se desprende de la hipótesis del
Antiguo Astronauta, que postula la posibilidad de una
pretérita visita de seres extraterrestres a la Tierra, el
surgimiento de los dioses en el mundo primitivo responde a
la inimaginable noción de “viajeros espaciales”. En
consecuencia, los mitos y leyendas, y algunas religiones,
vendrían a ser “informes” poéticamente ornamentados que
encierran realidades fascinantes.
¿Damos con esto crédito a una idea
baldía? No necesariamente, y mucho menos partiendo de un
razonamiento analógico. Simple lógica inductiva.
En rigor, aunque las evidencias a favor
de tales visitas extraterrestres puedan no ser hasta ahora
concluyentes, sino meramente circunstanciales, la presunción
es suficiente en este caso como para señalar la obligación
de tomarla en consideración. No olvidemos que a lo largo de
la historia fueron las “especulaciones atrevidas” de algunos
“visionarios” los verdaderos motores de la evolución
científica…
Desde luego, no se trata de hacer aquí
“doctrina extraterrestre”, para decirlo de algún modo, sino
simplemente rescatar del olvido y la ignorancia un cúmulo de
indicios válidos en apoyo de otras argumentaciones que
permitan un debate abierto y sin preconceptos acerca de
nuestro muy lejano pasado. Porque, en realidad, ¿cuántas
verdades de hoy han sido “ideas imposibles” de ayer?
No obstante, conviene en este terreno
caminar con “pie de plomo”, porque como bien reza un antiguo
proverbio chino: “El que espera a un jinete debe cuidarse
muy bien de no confundir el ruido de las pezuñas del caballo
con los latidos de su propio corazón”. Así que, siendo
plenamente conscientes del riesgo que implica la “dosis de
subjetividad” que impregna, humanamente, toda
interpretación, debemos esforzarnos en pos de la objetividad
de nuestra sana razón para saber reconocer ese “ruido de
las pezuñas”…y no suponer alegremente que todo metal que
brilla es oro para nuestro cofre.
Y es con eso en mente que nos
preguntamos: ¿qué mejor forma hay para interpretar
correctamente el funcionamiento de una mentalidad primitiva
que valernos de ejemplos concretos, y hoy verificables, de
tal funcionamiento? Sin duda, nada hay más adecuado a los
efectos probatorios que lo que los ejemplos de hoy aplicados
al ayer nos permiten deducir comparativamente; esto es:
comportamientos típicos donde la mente primitiva da
pronta cabida a lo ritual cuando su umbral de comprensión es
abruptamente superado por circunstancias ajenas a su entorno
habitual.
Culto-Cargo
“Cargo” es una expresión inglesa que se
utiliza para designar la mercancía, flete o cargamento de un
buque o avión. Es decir, nada que en principio le parezca a
uno relacionado con lo ritual; y sin embargo lo está.
Como han descubierto los antropólogos en
apartados rincones del mundo, esto es en Australia así como
en las regiones insulares de Melanesia y Micronesia, existen
aún hoy tribus primitivas cuyo estadio cultural corresponde
al de la Edad de Piedra. Muchas de tales tribus tuvieron su
primera “confrontación cultural” con el hombre blanco en
tiempos de guerra mundial, cuando sus “paraísos vírgenes”
fueron invadidos por las tropas de ocupación, lo cual dio
origen a un conjunto de creencias nativas que en la
literatura especializada se conoce como “Culto-Cargo”
o bien “culto al cargo”.
¿Quiénes eran esos extraños seres que
venían del cielo montando “enormes pájaros tonantes”?, se
preguntaban los desprevenidos nativos. ¿Qué eran y de dónde
provenían esos raros objetos que los recién llegados les
obsequiaban a manos llenas? Latas de conserva, gafas de sol,
linternas y todo aquel componente del “cargo” constituían
para la excitada población tribal una fabulosa riqueza nunca
antes vista. ¡Objetos maravillosos llegados del cielo! Y en
consecuencia, la tribu delibera: los hombres venidos del
cielo visten todos de igual manera y realizan misteriosas
actividades; corren, gritan, y otras veces dibujan signos…y
hasta se sientan frente a unas cajas de las que salen voces
y ruidos…Luego, los jefes tribales conciben una respuesta al
enigma: todo esto se trata de ritos mágicos mediante los
cuales los extraños visitantes obtienen del cielo sus
riquezas (el “cargo”). ¿Qué debían hacer ellos entonces para
recibir de los dioses del cielo más “cargo” y aumentar así
sus riquezas? ¿Acaso imitando esas mismas acciones…?
¡Eureka!
Por consiguiente, los aborígenes pusieron
“manos a la obra”. Pintaron sus cuerpos intentando
“vestirse” como los soldados. Se apiñaron en “correrías
de entrenamiento” cargando enormes “fusiles” hechos de
bambú. Construyeron “cajas parlantes” con madera y latas
de conserva (imitando las estaciones radio-transmisoras), y
con lodo, paja y lianas ¡se fabricaron sus propios
aviones!
Los papúes de Nueva Guinea, los naturales del archipiélago de Bismarck y los de las
Nuevas Hébridas; todos sin excepción imitaron los “ritos
mágicos” en espera del “cargo”. Y claro es que el tan
ansiado “cargo” nunca volvió a aparecer tras la partida de
los soldados. Sin embargo, la Tradición, la enseñanza de
ritos, logró perpetuar la “esperanza de un futuro regreso”.
De ese modo, el deseo de congraciarse con los
dioses/soldados originó en estos lugares nuevas
religiones donde ese “maná celestial” que significaba el
“cargo” fue tan real para los aborígenes como lo era aquel
manjar alimenticio para las tribus de Israel.
En consecuencia, la actitud de estos
individuos frente a una tecnología superior avala la existencia de una pauta de
comportamiento sobre la que venimos preguntándonos desde
un inicio. Es decir, ante esto, que los dioses de antaño
bien pueden haber sido también la “mala interpretación” de
una realidad incomprendida. Por lo tanto: ¿pueden acaso
haber derivado los mitos milenarios, las leyendas y algunas
religiones de cultos a “dioses de carne y hueso”? Para
responder, no hará falta especular ni buscar ejemplos
empolvados por los siglos…
Un dios llamado John Frum
Un acabado informe del Dr. K. Muller con
referencia a los descubrimientos realizados por antropólogos
sobre el extraño comportamiento de tribus primitivas, con
una cultura de la Edad de Piedra, en Nueva Zelanda y
Australia, es recogido por el Dr. Luis E. Navía en su libro
“Uniere wiege steht im Cosmos” (Nuestra cuna se
encuentra en el Cosmos) y sirve para confirmar nuestras
sospechas.
Si bien, como vimos, tales tribus
primitivas celebraban rituales que incluían toscos remedos
de aviones hechos con paja, barro y lianas, tal fenómeno se
vio “agudizado” en la isla de Tanna (Melanesia) donde la
posibilidad de que el encuentro de una cultura de estadio
primitivo con otra de avanzada tecnología pudiera derivar
en una nueva religión se concretó en toda su dramática
realidad.
La divinidad objeto de culto se llama
“John Frum”.
Como cabe a todo “dios” que se precie,
John Frum no había escapado a las generalidades que signan
la conducta de sus “colegas” de otros tiempos. Había
llegado del cielo montando un poderoso y gigantesco pájaro
que al volar rugía como el trueno, proveniente de una
lejana tierra llamada “USA”. Conocedor de los secretos de la
Naturaleza y de la vida, el “dios Frum” les había instruido
en ciertos temas y había demostrado su “poder” curando a
algunos nativos enfermos. Además, generoso como ninguno, les
había obsequiado toda clase de preciosos objetos nunca
vistos antes...monedas, billetes, un casco, etc. El jefe
tribal recibió incluso una foto que mostraba al “dios John
Frum” vestido con su uniforme militar.
Pero un día John Frum debió partir de
regreso a su lejana patria, prometiéndoles antes a los
ancianos de la tribu que retornaría a la isla de Tanna en un
futuro...
Sin embargo, el tiempo pasó y Frum nunca
volvió.
Años más tarde, cuando otros occidentales
arribaron a Tanna fueron testigos de la veneración de todo
un pueblo hacia su dios ausente. Los nativos llevaban
pintadas en sus pechos y espaldas las iniciales USA, y no
cesaban de rogar a los nuevos visitantes que intercedieran
ante John Frum para que regresara con ellos, pues habían
renunciado ya a los “pecados” que le enojaban.
De marino norteamericano a dios de una
tribu primitiva, la historia de aquel hombre de uniforme que
posa en la foto que está ahora en poder del jefe nativo
reconoce innumerables paralelismos en las más diversas
religiones. Poco importa determinar con exactitud la
identidad de Frum, pues como bien sostiene el Dr. Navía
refiriéndose a la foto: “...puede representar a
cualquiera de los millones de americanos vivos o muertos”.
¿Es la de John Frum una historia que se
viene repitiendo desde hace milenios?
“Esos son los rusos”
El célebre escritor ruso Máximo Gorki
dijo: “Nada en absoluto es fabuloso en el mundo. Todo
cuanto parece mágico, tiene en realidad un fundamento
absolutamente verdadero.”
De hecho, las palabras de Gorki no
podrían ser más adecuadas si ante nuestro imaginario
requerimiento le hubiésemos comprometido a arriesgar una
opinión sobre la influencia que sus compatriotas habrían de
ejercer, a causa del desarrollo de su tecnología espacial,
sobre una primitiva tribu venezolana de nuestro tiempo,
según nos enteramos por el interesante trabajo de mi amigo
Ulrich
Dopatka,
“Cargo-Kulte: Vorgestern-heute-gestern” , donde
leemos: “La etnóloga venezolana
Sra. L. Barcelo ha reportado un notable ejemplo de cómo
cobran fuerza los mitos modernos. De acuerdo a la tradición,
los Pemon, una tribu que habita la Gran Sabana de Venezuela,
fue introducida a su cultura por un dios llamado “Chiricavai”,
quien retornó a las estrellas luego de su visita a la Tierra.
Él prometió regresar con los Pemon algún día. Estudiando
recientes dibujos de los indios pemon, la Sra. Barceló
descubrió con sorpresa que los nativos habían incluido un
extraño objeto en la esfera de su dios Chiricavai, un
objeto que no se encontraba en las antiguas pinturas.
Cuando ella le solicitó al gran sacerdote de la tribu una
explicación, él le respondió lacónicamente: “esos son los
rusos”.”
¿Por qué los Pemon habían comenzado a
incluir un símbolo para los rusos en el entorno celestial de
su dios? Según nos lo explica Ulrich Dopatka: “Un
miembro de la tribu se había enterado de algún modo que
los rusos habían puesto en órbita un vehículo celestial
– un satélite – en el Universo. Así, los Pemon
concluyeron que los rusos podrían ayudarlos a comunicarse
con su antiguo dios Chiricavai. En consecuencia, los
miembros de la tribu escribieron una carta a los rusos, la
cual fue dada a un misionero para su entrega, con un mensaje
para su dios Chiricavai.”
Sin duda, este breve testimonio habla a
las claras de cierto inicio de la expresión simbólica como
respuesta directa ante una manifestación de avanzada
tecnología. Es decir, algo real y muy concreto. Así pues,
más allá de lo curioso que pueda a alguno parecerle la
actitud de los Pemon, los Papúes, o de
cualquiera de las contemporáneas “tribus primitivas” aquí
mencionadas, queda muy en claro que el “factor fantasía”
puede ser, al menos en algunos casos, dejado de lado a la
hora de buscar una explicación para la miríada de dioses
celestiales que signaron la vida del hombre en el pasado.
¡Un
símbolo nuevo y extraño resultó ser ni más ni menos
que un satélite ruso! Ninguna prueba concluyente por
supuesto, pero sí algo bastante llamativo como para
pensar en un indicio vehemente…
¿Dioses
tecnológicos?
El culto al “cargo” nos enfrenta a una
realidad contemporánea que muy posiblemente puede ser
retrospectiva. Quienquiera puede negarse a aceptarlo, pero
eso no hace ninguna diferencia. Ni lo real ni lo posible se
modificará por ello. Lo cierto e indiscutible es que hoy
nosotros somos “los dioses” para un número de aborígenes que
mucho se parecen a nuestros más remotos antepasados.
Nuestro “poder” no es mágico sino
tecnológico. Y nosotros sabemos que eso es real. No somos el
producto de la imaginación de tribus primitivas. En todo
caso, somos para ellos ni más ni menos que lo que su
umbral de comprensión les permite interpretar. Y por
consiguiente representamos lo mismo que aquellos dioses
venidos de las estrellas hace milenios… ¿Dioses
tecnológicos?
EL AUTOR
estudió
abogacía en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Es
periodista versado en ciencia y fue coordinador documental
de la revista Cuarta Dimensión, jefe de redacción de
otras publicaciones especializadas y actualmente es el
editor de antiguosastronautas.com. Desde 1980 ha
publicado gran número de artículos referidos a la hipótesis
de las paleovisitas extraterrestres.
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