A lo largo de la historia, el planeta Venus ha ocupado un
lugar destacado en lo que respecta a la relación simbólica
con los dioses.
Ciertamente, sería por demás extensa la lista de ejemplos
que podríamos acompañar; que irían desde la inclusión de
Venus en los grabados de los antiguos sellos sumerios hasta
el inquietante y significativo final de la historia de
Quetzalcóatl. O bien quizá podríamos citar textualmente la
traducción del biólogo español Beltrán García referida a
pretendidos documentos secretos del gran historiador de la
Conquista, el inca Garcilaso de la Vega. Y vale aquí hacer
un paréntesis ya que este último texto aludido, basado en
los escritos pictográficos de la Puerta del Sol de
Tiahuanaco, que nos informa acerca de la leyenda de Orejona,
ha despertado no pocas dudas en cuanto a la veracidad de su
existencia, siendo defendida casi exclusivamente por el
desaparecido Robert Charroux, que dicho sea de paso era
amigo del mencionado Beltrán García.
Como
sea, la leyenda de esta extraña mujer llamada Orejona,
cuestionada o no, ha pasado a formar parte de aquellos
puntos de estudio de la Astroarqueología. Así pues, nos
permitimos ahora citar textualmente parte de la conocida
traducción popularizada por Charroux:
“En la Era Terciaria (hace
unos cinco millones de años), cuando ningún ser humano
existía aún en nuestro planeta, poblado sólo por animales
fantásticos, una aeronave, brillante como el oro, vino a
posarse en la Isla del Sol del Lago Titikaka. De esta
astronave descendió una mujer semejante a las actuales en
todo el cuerpo, desde los pies hasta los senos; pero tenía
la cabeza en forma de cono, grandes orejas y manos palmeadas
de cuatro dedos. Su nombre era Orejona y procedía del
planeta Venus, donde la atmósfera es poco más o menos
análoga a la Tierra....”
Como quiera que todo el texto en conjunto no deja de tener
expresiones demasiado técnicas que difícilmente hubiera
utilizado un hombre de la época de Garcilaso de la Vega, el
punto sobre el que queremos llamar a la reflexión es aquel
referido a la existencia en Venus de una atmósfera
análoga a la de nuestro mundo.
Cierto
es que, a simple vista, este punto sería el primero en ser
objetado amparándonos en la información suministrada por los
vehículos soviéticos de la serie Venera que describen a
Venus como un verdadero infierno con una atmósfera compuesta
en un 96% de dióxido de carbono, con nubes formadas en su
mayor parte por una solución concentrada de ácido sulfúrico,
una temperatura de unos 480 grados centígrados y vientos de
unos 360 kilómetros por hora; en suma un sitio que dista en
mucho de ser un confortable hogar para los “dioses”. Un
lugar que hace inconcebible la idea de vida y mucho menos
para buscar cualquier analogía con la atmósfera de la
Tierra.
No obstante, si enfocamos la cuestión con una visión
retrospectiva, hallaremos cierta evidencia que puede
llevarnos a considerar, dentro del terreno de lo posible,
que Venus haya experimentado en el pasado remoto un cambio
radical de su atmósfera.
Los registros de los mayas
Reconocido por los historiadores de la astronomía, el
pueblo Maya ha sido quizá el más minucioso testigo, hablando
en términos de cálculo y registro astronómicos. Sin embargo,
tales exactos cronometristas como eran, habrían incurrido
inexplicablemente en un notable error de registro, asentado
en los códices de Dresde y Borgia, sobre el período de
invisibilidad de Venus al pasar por detrás del Sol en la
Conjunción Superior.
Como sabemos, el total del Período Sinódico de Venus es de
584 días y es igual a la resultante de la suma del período
de 263 días en el que aparece antes de la salida del Sol,
como “estrella matutina” más el intervalo de invisibilidad
en la Conjunción Superior que dura 50 días, más el período
en el que nuevamente aparece, durante 263 días, como
“estrella del atardecer”, más el intervalo de invisibilidad
de 8 días en la Conjunción Inferior.
Ahora bien, dichos cálculos corresponden enteramente a las
últimas observaciones registradas por nuestros modernos
astrónomos y si bien no podemos hablar de una total
exactitud con los documentos mayas las diferencias no pueden
tildarse de significativas.
En cambio, al tratar específicamente el periodo de
invisibilidad de Venus en la Conjunción Superior la cuestión
varía ostensiblemente.
En efecto, mientras que hoy dicho periodo se estima, como
vimos, en 50 días, en los códices de Dresde y Borgia
abarca 90 días y 77 días, respectivamente.
Así las cosas, y contrariamente a toda opinión que intente
relacionar los largos períodos de invisibilidad de Venus
calculados por los Mayas con algún tipo de ritual religioso
como pretende Anthony F. Aveni (Skywatchers of Ancient
México, University of Texas Press, 1980) el Dr. Stuart
W. Greenwood, Ingeniero aerospacial y ex Jefe de Operaciones
del Departamento de Investigación de la Universidad de
Maryland, ofrece una explicación alternativa basada en los
sistemas de medidas modernos de poder reflexivo de Venus, la
cual dio a conocer en un artículo titulado “Atmospheric
Changes on Venus?” aparecido en el Nro. 4, vol. 12 de
Ancient Skies, la publicación oficial de Ancient Astronaut
Society de USA (hoy AAS RA)
Una interesante hipótesis
Como introducción cabe decir que los planetas cercanos,
como Venus, son visibles a simple vista desde nuestro mundo
debido a que la luz solar se refleja en su superficie. El
fuerte brillo de Venus, asimismo, es causado más que por su
cercanía, por estar enteramente cubierto por una nube que
contiene atmósfera y es altamente reflexiva.
Ese poder reflexivo (para la reflexión de la luz solar) es
de un valor igual a 1,82 veces que el de la Tierra, es decir
que Venus actualmente refleja la luz solar con una capacidad
de casi el doble que la Tierra. Partiendo entonces de tal
consideración física, el Dr. Greenwood dice:
“Si
Venus tenía una atmósfera parecida a la de la Tierra en
épocas tempranas debe haber reflejado menos luz que hoy
día y, en consecuencia, los períodos de
invisibilidad en contra del fulgor del Sol deben haber sido
más largos de lo que son hoy. Nosotros aquí sugerimos
que los códices mayas preservaron en sus registros los
períodos de invisibilidad de un Venus que alguna vez poseía
una atmósfera parecida a la de la Tierra y que desde
entonces se fue deteriorando hasta su estado actual”.
Sin
duda, esta hipótesis merece, por lo que implica, una seria
consideración y un tratamiento analítico que mal puede ser
rechazado “a priori”. No olvidemos las palabras de Henry
David Thoreau: “El
hombre con una idea nueva es un chiflado.... hasta que la
idea tiene éxito”.
EL AUTOR estudió abogacía
en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Es periodista
versado en ciencia y fue coordinador documental de la
revista Cuarta Dimensión, jefe de redacción de otras
publicaciones especializadas y actualmente es el editor de
antiguosastronautas.com. Desde 1980 ha publicado gran número
de artículos referidos a la hipótesis de las paleovisitas
extraterrestres.
© César
Reyes de Roa, 1985/2007 – Derechos reservados.
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