Conocido
como un lugar de gran peligro y belleza, América del Sur
contiene un sinnúmero de misterios que van desde Ovnis y
criaturas extrañas hasta investigadores que desaparecen sin
dejar rastro, víctimas de accidentes (como el coronel
Fawcett) o de la crueldad del hombre hacia sus semejantes
(como sucedió con John Reed).
Pero de todos estos misterios, el que posee el mayor
atractivo hasta el día de hoy envuelve la existencia
tangible de ruinas que apuntan hacia una o más
"civilizaciones perdidas" al estilo de las del escritor
inglés H. Rider Haggard - grandes urbes de piedra
desmoronándose entre las lianas.
A diferencia de otros enigmas, dichas ruinas no pueden
descartarse como fabricaciones de las revistas de pulpa, ya
que han sido documentadas a primera mano por una variedad de
peritos. Uno de los testimonios más inverosímiles proviene
del diario del ex-presidente norteamericano Teodoro
Roosevelt, cuyo recuento de una expedición hasta el corazón
del Brasil apareció en el libro Through the Brazilian
Wilderness (A Través de la Selva Brasileña) en 1914.
Mientras que su lancha surcaba las aguas de un poderoso río
en el Mato Grosso, el ex-presidente dirigió su atención
hacia algo sumamente inusual:
“Cerca de los rápidos del río, en las cataratas, Cherrie
descubrió unas talladuras muy extrañas sobre una masa de
piedra desnuda. Evidentemente, habían sido hechas por la
mano del hombre hace mucho tiempo. Hasta donde se sabe, los
indios de la región no tallan símbolos parecidos hoy en
día...Sobre la parte plana de la piedra, consistían de
cuatro círculos múltiples con un punto en el medio,
diestramente grabados y con un diámetro de pie y medio.
Debajo de ellos, al costado de la piedra, había cuatro
letras "M" o "W" invertidas. Por supuesto, no teníamos la
más mínima idea de lo que representaban estos símbolos, ni
de quién pudo haberlos grabado. Bien puede ser que en el
pasado muy remoto algunas tribus indias de cultura sumamente
avanzada habían penetrado hasta el precioso río, igual que
lo habíamos hecho nosotros...El coronel Rondon declaró que
no pueden hallarse figuras semejantes en ninguna otra parte
del Mato Grosso, y que por consiguiente, resultaba más
extraño aún encontrarlas en este lugar, en un río
desconocido, que jamás había sido explorado por el hombre
blanco".
Es posible que el héroe de la Colina de San Juan estaría
decepcionado si supiese que 80 años más tarde, las
enigmáticas runas, al igual muchos otros rasgos del Brasil,
permanecen sumidos en el misterio. La cultura Marajoara, que
se desarrolló en la isla de Marajó en la boca del Amazonas,
y las ruinas ciclópeas situadas en el corazón del estado de
Bahía, aún desafían las explicaciones de los sabios.
Los pantanos inexplorados de la Isla de Marajó tal vez
resulten un repositorio de secretos que nos permita
desentrañar el misterio de las culturas perdidas. A juzgar
por la evidencia que sobrevive hasta nuestros días, los
Marajoaras eran alfareros supremos, dedicados a la creación
de cerámicas extrañas y altamente ornamentadas que todavía
son confeccionadas hoy en día por un reducido número de
artesanos. Se han hecho comparaciones con la alfarería de la
región andina, sugiriendo una posible relación entre ellas.
Enormes cámaras subterráneas, conectadas por túneles,
constituyen evidencia adicional de la destreza de los
desaparecidos Marajoaras.
En consonancia con la tradición de las mujeres guerreras que
legaron su nombre al río más caudaloso del planeta, la
alfarería Marajoara era obra de mujeres, quienes guardaban
celosamente el secreto de formar y cocer el barro. Los
motivos que aparecen en la cerámica representan mujeres
embarazadas, ciclos lunares y otros emblemas representativos
de una tradición netamente femenina.
La heroica labor de Marcel Homet, realizada en los años de
posguerra, ayudó a descifrar muchos de los secretos del
noreste del Brasil. Homet descubrió inscripciones talladas,
petroglifos y tradiciones nativas que sugerían la existencia
de una civilización o civilizaciones organizadas en algún
momento del pasado en la cuenca del Amazonas. La más
importante de estas tradiciones orales es la de la tribu
Makuschi, situada en las laderas de las montañas Pakaraima.
Dicha tradición hace referencia a "una ciudad perdida con
paredes y tejados de oro (¿arenisca?), dedicada a la
alabanza del Sol". Homet vinculó esta tradición con la
ciudad perdida de Manoa, y aún con la Atlántida. Sus charlas
con los jefes de los Makú revelaron la existencia de otra
ciudad ciclópea en el seno de las inexploradas montañas
Pakaraima (2). Los jefes le informaron,
alegadamente, de que tal lugar existía en las aguas altas
del río Uraricoera. Un enorme pedrusco cubierto de
petroglifos marca el rumbo hacia las calles y fundamentos de
la ciudad derruida. Si el explorador se encamina en dicha
dirección por espacio de dos días, llegará eventualmente a
un gran arco en la pared de las montañas, que le conducirá a
una ciudad subterránea de piedra de dimensiones aún mayores.
Diez años antes de Homet, el
autor latinoamericano Alejo Carpentier se había inspirado en
la posibilidad de ciudades megalíticas relegadas al olvido,
como podemos ver en la siguiente descripción de una
metrópolis megalítica en su obra Los Pasos Perdidos:
"Lo que pude ver fue una ciudad titánica - de estructuras
con espacios múltiples - con escalinatas ciclópeas,
mausoleos en las nubes, inmensas explanadas defendidas por
extrañas fortalezas de obsidiana sin torres ni ventanas,
defendiendo la entrada a un reino prohibido al hombre".
(3)
A
comienzos del siglo diecisiete, el explorador portugués
Feliciano Coelho se internó en la región que circunda lo que
es hoy la ciudad de Joao Pessoa, donde descubrió un objeto
impresionante y completamente inesperado: un monolito de
piedra grisácea, grabada en bajorrelieve, conocida como la
Piedra de Ingá. Sus símbolos tallados no concuerdan
con ningún sistema de escritura conocido en las Américas.
Tratando de indagar el origen de la piedra mediante
preguntas a sus guías, Coelho quedó sorprendido de que los
nativos no supiesen nada al respecto. El monolito tiene unos
setenta pies de largo y diez pies de alto. También existe
una montaña en Havea que tiene el semblante de un hombre
barbado que lleva un casco cónico. Los expertos opinan que
la erosión del aire desgastó la montaña y que la mano del
hombre añadió los toques finales. Extrañas inscripciones
parecidas a las encontradas en las Islas Canarias pueden
verse en la misma montaña, y no se ha aventurado ninguna
explicación para ellas.
Pero, ¿cuál era su propósito? Es cierto que los mares del
mundo ya estaban siendo surcados por marineros del Neolítico
cuyos viajes bien pudieron haber sido la inspiración de los
viajes fenicios y cretenses. No dejaron rasgos de su
existencia aparte de las murallas "ciclópeas", túmulos,
fortalezas y conmemorativos que pueden encontrarse en las
costas de los continentes a orillas del Mediterráneo, al
igual que en la costa atlántica de Europa, las islas
Canarias y Malta, y posiblemente tan lejos como Zimbabwe.
Dos estudiosos alemanes, Hermann y Georg Schreiber,
apuntaron la existencia de una esfera cultural "heliolítica"
(prestando el término acuñado por H.G. Wells) debido a que
la religión solar, representada por símbolos discoidales, es
un motivo común en todos estos lugares.
La Amazonia no tiene el
monopolio sobre las ruinas enigmáticas. Las sabanas
despobladas y las cordilleras del estado de Goias, al
suroeste de Brasilia, cuentan con secretos propios: los
restos de fortificaciones, esculturas colosales y paredes
cuyos arquitectos permanecen en el olvido. Las estatuas
ciclópeas, que se asemejan a las de Marcahuasi en Perú,
representan rostros humanos y animales nativos a la región
de Goias. Se considera que las estatuas forman parte de
Cidade de Pedra, formada por bloques rectangulares de piedra
labrada que en un entonces fueron los fundamentos de
edificios. El trazado de las calles y los edificios sugiere
"un Mohenjo-Daro sudamericano", en la opinión de un
arqueólogo. Una pared compuesta de bloques de granito, unos
trece pies de alto y cuatro de ancho, recorre toda la
extensión de un valle en el fondo de la Sierra de Gales,
cerca de la ciudad de Jandaia. Al noroeste de Goias se
encuentra la Sierra del Roncador, cuya fama se extiende al
mundo del esoterismo. Dicha cordillera, que recibe su nombre
debido a los ruidos que se escuchan a lo largo de la misma,
alegadamente alberga una ciudad subterránea cuyos habitantes
son descendidos de los sobrevivientes de la Atlántida. El
hecho es que la Sierra del Roncador contiene una enorme red
de túneles, algunas de ellas lo suficientemente grandes como
para alojar a miles de personas. La existencia de tales
maravillas geológicas pudo haber dado origen a la creencia
en una "Atlántida" Brasileña, que constituyó una parte
importante de las doctrinas teosóficas sudamericanas desde
comienzos del siglo veinte.
(4)
Como regla general, las civilizaciones no existen en un
vacío. Los estados vecinos juegan un papel crítico en sus
vidas económicas y políticas. Podemos suponer que la muralla
que recorre los pies de la Sierra de Gales representaba tal
vez un muro defensivo o línea de demarcación entre imperios
antiguos, muchas veces más allá de la esfera de influencia
efectiva de dichos estados. Por ejemplo, en el desierto del
Sahara, los romanos construyeron el poderoso Castellum
Dimmidi mucho más allá del limes, o frontera, de sus
posesiones africanas, junto con otros emplazamientos
defensivos que aún pueden encontrarse en Algeria y en el
Túnez. Fortificaciones parecidas pueden encontrarse en el
desierto Sirio, distantes de cualquier habitación humana
actual. ¿Sería posible especular, entonces, que estas
ciudades brasileñas protohistóricas pudieron haber
pertenecido a un gran imperio controlado desde la fría y
lejana Tiahuanaco?
Las paredes y ruinas en el sur
del Brasil no son únicas: en su libro Not of this World,
el autor italiano Peter Kolosimo atrajo la atención de sus
lectores a "la gran muralla del Perú", descubierta por la
expedición Johnson de 1930 - un terraplén muy parecido a la
muralla de Adriano en Inglaterra. Esta muralla recorre uno
de los paisajes más agrestes de América del Sur. Junto con
algunos complejos de palacios y templos, las ruinas han
recibido el nombre de "cultura Chimú", "cultura Chavín" y
otros nombres que alivian las jaquecas de los arqueólogos.
El enorme estadio o anfiteatro natural conocido como El
Enladrillado - situado a alturas muy por encima de los
cinco mil pies, cerca de Alto de Vilches en el norte de
Chile - pertenece también al conjunto de ruinas ciclópeas.
Las dimensiones de esta estructura indican que fue
construida para seres gigantescos: para su construcción se
utilizaron bloques cúbicos de 16 pies de alto y 26 de largo.
La manera en que se transportaron dichas moles a semejante
altura, cruzando los insondables valles andinos, jamás ha
sido abordada por la arqueología. Y como si el estadio no
fuese suficiente, El Enladrillado también cuenta con una
pista de media milla de largo por 200 pies de ancho, formada
por 233 enormes bloques de piedra con un peso estimado de
22.000 libras. (5)
Marcel Homet expresó la creencia de que los ancestros de los
habitantes actuales de la Sudamérica ecuatorial y meridional
emigraron a dichas regiones debido a la destrucción de una
civilización al norte - tal vez debido a la decadencia y
caída de los constructores de Ciudade de Pedra y otras
ruinas. Homet se aventuró a decir que dicho pueblo era de
raza caucasiana en vez de mongoloide, declaración
fundamentada por la existencia de los pobladores de las
tierras que circundan al lago Titicaca y los famosos "indios
blancos" de Lagoa Santa en Minas Gerais.
Entre los hallazgos criptoarqueológicos más importantes en
América del Sur figuran las extrañas pirámides fotografiadas
por un satélite Landsat en 1975. La foto mostraba la
existencia de ocho estructuras, aparentemente artificiales,
localizadas a lo largo de la falda de una cordillera en la
provincia peruana de Madre de Dios. La inspección de cerca
con un helicóptero comprobó que existían doce en vez de ocho
estructuras parecidas. El rigor del entorno - nativos
hostiles y animales peligrosos - ha impedido una inspección
física del lugar. (6) Si llegase a confirmarse
que dichas estructuras son pirámides, resultaría casi
imposible describirlas como "ruinas incaicas", como se ha
hecho con tantos otros hallazgos en la zona.
Los altiplanos del Mato Grosso también han proporcionado
restos humanos que disputan la antigüedad de la vida humana
en nuestro continente. Una tribu de cavernícolas, con
conocimiento del arco y la flecha, el cultivo y la crianza
de animales, existió en Brasil hace un millón de años - un
bofetón a la cara de las cronologías convencionales, que
indican que los humanos llegaron al continente hace 25.000
años (la cifra ha sido cambiada recientemente a 49.000
años). El científico Maurice Chatelain sugiere una
cronología aún más inortodoxa e interesante: la ubicación
del ecuador terráqueo hace 90.000 años atravesaba vario
lugares que albergan los restos de civilizaciones perdidas -
Tiahuanaco, la Isla de Marajó, los macizos de Hoggar y
Tassili en el Sahara, el valle del Indo - que se
establecieron en dichas zonas para escapar las eras
glaciales que afectaron al hemisferio norte en dichas
épocas. El clima agradable habría resultado idóneo para el
cultivo, y el nivel reducido del mar habría facilitado
también la navegación y el comercio entre las culturas
existentes. Cabe pensar que según cambiaron las condiciones
climatológicas, los focos de las respectivas civilizaciones
se trasladaron a otro sitio, o desaparecieron por completo.
Las ruinas ciclópeas de
América del Sur constituyen un reto al hombre moderno, al
igual que muchas otras estructuras desconocidas en todo el
mundo. Dejémosle la última palabra a Teddy Roosevelt:
"Las vicisitudes de la
historia de la humanidad durante su estadía en el continente
del sur han sido tan extrañas, variables e
inexplicadas...como la historia de las formas más elevadas
de la vida animal durante la era de los mamíferos."
Referencias
1. Roosevelt, Theodore. Through the Brazilian Wilderness.
Nueva York: Charles Scribner and Sons, 1914. p.292
2. Homet, Marcel. Sons of the Sun.
Londres, 1963.
3. Carpentier, Alejo. Los Pasos Perdidos. Barcelona:
Editorial Bruguera, 1979. p. 174
4. Kafton-Minkel, Walter.
Subterranean Worlds. Port Townshend: Loompanics, 1989.
5. Freixedo, Salvador. Visionarios, místicos y contactos
extraterrestres.
Lilburn: Illuminet Press, 1992
6. Berlitz, Charles. Atlantis: The Eighth Continent. Nueva
York: Fawcett Crest, 1984
EL AUTOR
ha publicado tres libros y numerosos artículos, en varios
idiomas, en las más importantes revistas especializadas en
ufología y antiguos misterios. Es fundador del Institute of
Hispanic Ufology y editor responsable de Inexplicata.us.
© Scott Corrales – Todos los derechos reservados.
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Prohibida su reproducción sin autorización previa del autor
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